domingo, 3 de agosto de 2014

«El extranjero» de Camus.

La lánguida angustia de nuestro tiempo, el nihilismo, es gestionada mecánicamente por una sociedad ajena a sus individuos

Antes de nada...

Recuerdo que si el lector no se encontrara dispuesto a leer el análisis entero –en este caso es bastante corto–, hallará una conclusión al final que puede tomarse como breve reseña literaria.

El análisis no contiene spoilers, y se emplea el lenguaje con cuidado de tal manera que no arruine ningún detalle interesante de la trama. Lo analizado trata de ajustarse a la personalidad del personaje y de la obra.

También tenéis la opción de tirar de las líneas remarcadas para saltar directamente a las zonas que he considerado importantes.

A pesar de todo, existen en el análisis determinados párrafos que solo se entenderán bien una vez terminada la obra.

Aprovecho para indicar que la imagen que incluiré siempre en la parte superior del análisis corresponderá a la edición del libro que yo mismo he empleado para la lectura (por lo general Alianza).

Agradezco cualquier precisión o corrección. Un saludo.


Análisis:

«(...) Dije que sí, pero que en el fondo me daba igual. Me preguntó entonces si no me interesaba un cambio de vida. Contesté que no se cambia nunca de vida, que en cualquier caso todas valían lo mismo y que la mía aquí estaba lejos de disgustarme. Pareció descontento, me dijo que nunca respondía directamente, que no tenía ambición y que eso era desastroso para los negocios. Hubiera preferido no decepcionarlo. Pero no veía razón alguna para cambiar de vida. (...)»

No sé qué decir a manera rigurosa al respecto de este pequeño libro. Me deja más sensaciones que palabras. Me ha gustado bastante, a pesar de que no ha causado demasiada agitación en mi pecho, sí que comprendía muy bien al personaje. Todo encaja excelsamente, me recuerda a una melodía de Mozart: sencilla pero, a su vez, encantadora, magistral e irrepetible (o incomparable, si se prefiere). 

Únicamente me chirría el crimen, no me encaja, no lo veo necesario, no lo percibo realizable de acuerdo a la propia personalidad tranquila y apática del protagonista (del que, mucho me temo, no creo que recuerde nunca el nombre). Tampoco le veo un simbolismo, algo que vaya más allá. Es como si la propia psicología del personaje llegara al punto en que deja de pertenecer a nada, como si en el crimen no se identificara a ningún ser humano, sino una molestia que le impide llegar al placer del fresco manantial y la sombra de su piedra. Así, su cerebro, abochornado por el calor también, manda al brazo actuar, en una imagen que se antoja más onírica que real, y se condena. Lo de las cuatro "insistencias" –utilizo este término para no crear spoiler– posteriores es algo que no entiendo del todo. Podría ser la propia inercia del anterior sentimiento, como cuando decidimos destruir una tablilla y, una vez hecho, el pie todavía patalea algunas astillas dispersas. Algo así como una inercia de la propia enajenación.



Edición 2012 de Alianza (diseño de cubierta: Manuel Estrada)



Hay que verlo más metafóricamente que como algo verdaderamente plausible. No existe nadie que discurra por las más altas cotas del crimen desmotivado por la más absoluta y caprichosa nada. El libro es una tesis existencialista en forma de “cuento”, no una realidad al menos en el estricto sentido. No creo que anticipe del todo al hombre moderno, que para vivir recurre al incentivo de su ego, del adorno, y no precisa ni del nihilismo puro ni de la exploración de sí mismo o de la exposición de los sentidos hacia el entorno, como sí hace el protagonista de la novela. Otra cosa que no encaja es su retorno al lugar del conflicto. Sólo tenía que subir unos peldaños más para estar en un espacio, si no ameno para él, al menos sí relativamente confortable y tranquilo; pero decide volver al sol abrasador, a un paseo sin sentido alguno, hacia un lugar en el que acababa de resbalar la sangre de manera agria y "masculinamente absurda". ¿Qué querría encontrar el que nunca busca?

Las dos partes en las que se divide la novela poseen una esencia muy diferente. La primera es más musical, todo queda descrito muy suave y elegantemente, el protagonista no muestra opinión ni interés por nada (más que por el sexo, curiosamente), pero sí que halla verdadera paz observando y percibiendo el mundo que le rodea; hasta tal punto que el propio lector le acompaña íntimamente. Me parecen unas páginas muy bellas.

La segunda parte se torna más mecánica y sombría. Mientras que antes el protagonista era él mismo en el mundo: un ente libre que pasea sin rumbo ni motivación; ahora se halla dentro de los límites de la humanidad y, más concretamente, de su cerco de castigo. Se trata de un espacio lúgubre, automatizado, deshumanizado, despiadadamente estandarizado. Cada cual parece blandir su opinión moral, pero nadie tiene en cuenta la del propio acusado, que apenas participa, y las pocas veces que sí lo hace es para no decir nada de consideración. Nadie le tiene en cuenta, sólo sus pocos amigos y la mujer, Marie, que está “enamorada” de él (es difícil saber de qué modo desde la apática perspectiva en primera persona del protagonista). Ellos le quieren pero, razona él en el final de novela, querrán a otros cuando se aleje de ellos: y él haría lo mismo en su lugar.



Albert Camus en 1957.



Le da igual su destino –a pesar de que la noción de que su pena se consume le causa una consternación y una tribulación transitorias bastante reconocibles–, a grandes rasgos, podría decirse que para él todo «es como debe ser». No hay nada de lo que quejarse, «nunca nadie es enteramente infeliz», la vida es «algo que no merece ser vivido», pasa y punto, nada hay que hacer. Morir con treinta o con setenta, qué más da, el momento llegará y la sensación será la misma: el antes o después carece de verdadera relevancia. En cierto modo, la perspectiva de su sentencia le termina serenando, es más, le pone en paz consigo mismo. Halla en la pena dictada por el frío tribunal una especie de redención espiritual, por fin todo su ser converge en un destino fijo, sólido, invariable e irrefutable.

Refleja –aunque los reflejos deban ser tratados como tales– al hombre moderno, que ha perdido su participación en el mundo, abrumado por las tecnologías y la colosal e implacable máquina social. Su implicación es fútil y prescindible. Así, él transita por la mera razón de que no tiene más opción mientras lata su corazón. El compañerismo, los vínculos positivos de comunidad pierden todo su sentido y son descartados, los lazos que unían a los hombres se difuminan sobreviviendo sólo, prácticamente, los de carácter técnico y estructural.

No creo que sea justo enfadarse con la actitud del protagonista, dado que todos llevamos, en mayor o menor medida, un poco de él en las entrañas. Otra cosa es que nuestra propia circunstancia nos lo haya desvelado o no.

Conclusiones:

Lo que Dostoievski ya adivinara y formulara en símbolo de terribles premoniciones en todos esos personajes de insuperable tallado psicológico, Camus lo sintetiza con auténtico primor, y lo adapta sin ambigüedad alguna al hombre moderno, al hombre actual.

«El extranjero» es un compendio inmejorable de lo que es y extiende ante sí el nihilismo. El protagonista alberga una indiferencia arraigada hacia todo lo que le rodea, a pesar de que siente una receptividad hacia la armonía del paisaje (por ejemplo, cuando observa desde su balcón).

El sentimiento de ser absoluta e irremediablemente incomprendido, de ser algo completamente ajeno dentro de un mecanismo que no le reconoce ni representa y viceversa. Supone el desarraigo respecto a las propias raíces, la muerte de la identificación por una cultura ni causa, el no sentirse parte de nada ni tener tal oportunidad, el percibirse juzgado de la manera más obtusa e improcedente... 

Nacen unos orbes –de función equivalente a la de un engranaje– vacíos, aislados e insensibilizados que tratan de aplacar su desilusión, su hastío existencial en el bienestar físico, en la inactividad, en el letargo, en el mirar impasiblemente las agujas del reloj girar, en el evitar toda implicación. El mundo pierde saturación, la fuerza decae, los estímulos se perciben más lentos e insustanciales, los valores éticos se descuelgan o se oxidan, porque en el fondo todo "da igual". No hay ilusión ni esperanza. No hay nada, y lo que parece haber es sinónimo de nada.

No se puede entender la indiferencia tan propia del hombre moderno sin pasar por las manos de «El extranjero» de Camus que, por lo demás, se formula desde un lenguaje sencillo y muy bello, a veces –particularmente en la primera parte– de una musicalidad perfecta.




«Niño Geopolítico observando el nacimiento del Hombre Nuevo» de Dalí.



6 comentarios:

  1. Interesante y muy acertada la asociación entre los existencialismo de Sartre y Dostoievski, familiares lejanos entre ellos.

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    1. Así sin duda me lo parecen. De hecho, «Los posesos» de Camus es una reminiscencia directa de «Los demonios» de Dostoievski, revisada y adaptada a la sociedad del siglo XX.
      Muchas gracias por sus aportaciones. Un saludo.

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    2. Gran obra de Camus. Al terminarlo estuve mareado un tiempo, buscando, pensando, sentía el enorme vacío. Esa idea de que nada importa pues todo terminará, me resuena en la cabeza llenándome de angustia. Será que todos somos extranjeros de alguna forma. Sin duda hace plantearse verdaderamente qué hace uno con su existencia.

      A mi ver, lo del crimen no es que sea necesario, sólo sucede porque sí, por el calor intenso (recurrente en sus obras), porque no había razones para no hacerlo. Este acontecimiento es vital para reforzar la idea de Camus, a saber, lo absurdo.

      Sólo recordar el inicio de la obra sientes la idea de lo absurdo con claridad: "Hoy, mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé. He recibido un telegrama del asilo: <>. Nada quiere decir. Tal vez fue ayer.

      Soy gran admirador de Camus. Hasta el momento: El extranjero, La peste, El hombre rebelde, y El exilio y el reino.

      Recomendada la película.
      Carlos.

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    3. Hola Carlos,

      No había pensado en el absurdo, pero ahora que lo dices, es una deducción muy posible. Yo esos pensamientos los até de acuerdo a una cadena lógica, es decir, el que no le importe la muerte de su madre es entendible de acuerdo a su nihilismo, y el que cometa un crimen, de acuerdo a su falta de identidad, su abandono de toda moral concreta, del sentido de pertenencia cultural (probablemente también es una especie de "venganza" muy soterrada contra todas aquellas fuerzas sociales que le han pisado, hasta el punto de no reconocer ya los aromas de la vida). Pero es verdad que a veces todo esto no puede ser sino una madeja, y que en realidad «ocurriera porque sí».

      Respecto a lo de sentirse como el extranjero de Camus, es imposible evadirlo si tienes una mínima noción del existencialismo en la época en la que vivimos. Dostoievski adivinó todo esto en su momento, y vio que la única alternativa, que la única salvación era el cristianismo. El cristianismo, según lo veo yo, es lo único que es capaz de vencer a ese extranjero, a ese nihilismo decadente. Eso no deja de ser irónico en una sociedad en la que se trata de curar todo con productos, tecnología y psicólogos, y ya se ve el "excelente" resultado que producen (eso sí, todo muy empírico...).

      Tengo pendiente tres obras del autor: «La caída», «La peste» y, sobre todo, «La muerte feliz». La película no la he visto, ¿es la de 1969 de Visconti? Teniendo en cuenta lo que me gustó «Noches blancas», adaptada por el mismo director, la voy buscando pero ya jejeje.

      Un saludo.

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    4. Ojo, que no se refiere Dostoyevski al cristianismo como hoy se concibe, lleno de hipocresía, sino al estilo kierkegaard (que estaba peleado con la iglesia de Copenhague por crear borregos). Puedo entender la idea (que en eso queda, en lo ideal), pero me cuesta aceptarla, quizá por todo el daño que han hecho las religiones...

      Efectivamente, la película es de Visconti, muy bien lograda, pero como siempre el libro posee la explicación detallada además de disfrutar de la bella narrativa de Camus, que permite sentirte extranjero hasta en tu propio hogar, y más en este caso, te retumba el cráneo.

      Olvidé mencionar que ya leí "El mito de Sísifo", continuando con lo absurdo y donde el final quizá sea la clave de todo este embrollo. "La peste" es una gran obra muy bella, triste y real. ¿A quién no influyó Dostoyevski?

      Salud.

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    5. Hola Carlos,

      Considero que el cristianismo ha sido un imán de hipócritas no sólo hoy, sino desde siempre. De hecho, más antes, pues la religión estaba muy cerca del poder y era, por lo tanto, más atractiva para esta clase de individuos (léase el «Tartufo» de Molière...). Sin embargo, creo que es un error asociar esa hipocresía meramente humana al concepto del cristianismo; es decir, cualquiera que lea los evangelios se da cuenta rápido de que Jesús es completamente opuesto a esos comportamientos. A mí me interesa ese cristianismo, y me interesa mucho leer y aprender de aquellos que lo interpretaron bien, es decir, Dostoievski, Tolstói, Kierkegaard, Eliot, San Agustín, Pascal, Balzac, Solzhenitsyn... No pienso que la religión cristiana haya hecho mucho daño, han sido los hombres los que han hecho mucho daño. No existe palabra de Jesús que justifique ni remotamente cruzadas, inquisición, opresión, poder, purgas. Si fuera así, la religión habría desaparecido hace tiempo, y hubiera sido duramente criticada y desechada por todos los intelectuales desde hace ya mucho. Todo eso es completamente opuesto a su mensaje. Los grandes científicos y artistas cristianos no eran ni fanáticos ni, precisamente, tontos... ¿por qué algunos siguen pensando que los creyentes son fanáticos y tontos? Desde hace aproximadamente un año estoy muy interesado en la filosofía de Berkeley, me parece que hay algo enorme detrás de toda esa idea de «Esse est percipi», que con tanta audacia defendió en su momento. Yo, por mi parte, me siento muy identificado con Tolstói. En su «Confesión» se aproxima al cristianismo (téngase en cuenta que hasta la mitad de su vida era un ateo convencido) de la misma manera en que lo hago yo. Y sé que me va a costar muchísimo llegar a ser cirstiano, si es que lo consigo (así decía Borges: «Yo no he conseguido ser cristiano»).

      De Dostoievski:

      «Dostoyevski, el único psicólogo, dicho sea de paso, que me ha enseñado algo, es uno de los accidentes más felices de mi vida, más incluso que el descubrimiento de Stendhal»

      (Nietzsche, gran baluarte contra la religión cristiana, en su «Crepúsculo de los ídolos», tras haber puesto a parir a una larga lista de grandes escritores e intelectuales de todas las épocas y colores).

      ¡Un saludo!

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