domingo, 10 de agosto de 2014

«El guardián entre el centeno» de Salinger.

La confusa búsqueda de identidad en la adolescencia perfectamente plasmada en un volumen con el que nos sentiremos siempre de algún modo identificados

Antes de nada...

Es posible que en ciertos puntos el análisis destile cierta falta de cohesión, esto es porque he arrancado las partes en las que se incluían spoilers y mis respectivas impresiones al respecto.

Si el lector no se encontrara dispuesto a leer el análisis entero, informo que al final de la entrada se incluye una breve conclusión que puede tomarse perfectamente como reseña literaria.

También tenéis la opción de tirar de las líneas remarcadas para saltar directamente a las zonas que he considerado importantes.

La primera imagen corresponde a la edición que yo mismo he empleado para la lectura.

Agradezco cualquier impresión o corrección. Saludos.


Análisis:

Esta obra es maravillosa, sin embargo, no la he podido degustar en las mejores condiciones por dos causas. En primer lugar, me he obligado a leer en tres días el libro*. Esto ha llevado a periodos de cansancio y de falta de concentración durante la lectura, además de cierta ansiedad para cumplir con las páginas requeridas por cada día, que eran ingentes (60; 110; y 110). Este es el pecado capital del lector que quiere aprovechar sus vacaciones para leer una cantidad imposible de libros: y de los errores se aprende.



Edición 2010 de Alianza (diseño de cubierta: Manuel Estrada).



El segundo motivo y más importante, radica en mi edad. No es que exista un límite de edad ni mucho menos, pero sí está claro que la franja en la que más propiciamente se absorberá la esencia del libro, recae preferiblemente en la adolescencia: concretamente entre los 15 y los 18 años; de hecho, la edad del propio protagonista (16 en el relato de la historia y 17 en el presente, mientras la relata). Ahora estoy muy satisfecho, pero siento perfectamente la lástima de no haberlo leído en aquel tiempo, ya que lo hubiera absorbido con verdadero éxtasis. Recuerdo que hablo a nivel personal, habrá personas que con la edad que sea puedan, naturalmente, disfrutarlo con exacta intensidad.

No deja de ser deplorable que no se lea esta obra en el colegio y que, sin embargo, te obliguen a otras que ni son propicias ni de utilidad alguna a esas edades. Hablo de, por ejemplo, «La Celestina», «El libro del buen amor», «El conde Lucanor», «Don Juan Tenorio», «Niebla», etc. Incluso el «Mío Cid», por Dios. No sólo no enseñan nada, sino que generan una terrible repulsión hacia la literatura a los jóvenes –ya de por sí indispuestos–, con el peligro latente de que la arrastren con posterioridad.

Venía de leerme «La Odisea», «Las penas del joven Werher», «El tío Goriot» y «Hamlet», con sus lenguajes poéticos –“filosófico” en el caso de Balzac– que en algunos casos llegaban a una complejidad elevada, lecturas lentas a fin de cuentas. Así pues, al leer las primeras páginas de «El guardián entre el centeno», con ese lenguaje tan simple, con las mismas muletillas esparcidas de manera constante, bueno, sentí que era demasiado sencillo y corrió el pensamiento por mi mente de escoger otro libro (es como pasar de golpe de levantar una pesa de quince kilos a una de tres). Pero seguí, pues me parecía absorbente, y también divertido en algunos puntos. Lo que quiero decir con esto es que no os desaniméis por el contraste que pueda causar en vosotros el estilo que Salinger insufla en el protagonista, pues la obra en seguida se aprecia excelente; y las páginas pasan a gran velocidad sin que apenas nos demos cuenta.

El «Guardián entre el centeno» es la historia en primera persona las aventuras y desventuras del adolescente Holden Cauldfield tras enterarse de que va a ser expulsado de su instituto (o escuela preparatoria). Pero no sería un clásico si no fuera más allá: Salinger convierte con una eficacia total, con una armonía inigualable, a Holden en el símbolo de la rebeldía y confusión adolescente de todos los tiempos. Por supuesto, él no es el único joven al que se describe en la obra, de tal manera que podremos observar algunos de los más característicos roles adolescentes en un retrato de la máxima categoría.

Sería muy difícil realizar un análisis digno de este libro, entre otras cosas, porque en su aparente sencillez hay un cúmulo enorme de matices y de interpretaciones. Holden Caulfield se dedica, constantemente, a realizar apreciaciones sobre todo. Es susceptible, sabe lo que le gusta y lo que no, pero a veces no sabe explicarlo, o lo hace de manera aproximada o confusa. Aunque parezca todo lo contrario, a mí me parece que si bien Holden no “sabe” con certeza lo que quiere para él, sí que es capaz de intuirlo. El problema, su gran tribulación y confusión surgen, en gran medida, en el choque que significan sus intuiciones respecto a los designios de la sociedad en general y de sus padres y los colegios en particular, por la exposición directa a la que le someten éstos en tal periodo de su vida. 

No sabe cómo escapar, le gustaría mucho, pero no puede, sabe que no puede, pero sueña, sueña mucho. Me encanta que Holden sueñe de esa manera, es realmente bello. A decir verdad, muchas de sus apreciaciones eran similares o idénticas a las mías cuando tenía su misma edad. Aunque, para ser más precisos, habría que aclarar que la mentalidad de Holden es muy análoga a la mía, pero respecto a cuando yo tuviera unos 10 años. Si bien a mis 16 aún había una influencia de tal remarcable, yo a esa edad era ya distinto: más inteligente, preciso, astuto, conformista, frío y orgulloso: sobre todo orgulloso. Por eso me causa gran ternura la personalidad de Holden, que viene a ser la mía a una edad aún anterior. Muchas de las críticas o sensaciones que recorren a Holden las he sentido yo en mis carnes cientos de veces, sobre todo en lo referido a sus análisis hacia las personas. Hay algo muy íntimo de mí en Holden.

Este libro no es algo que deba ser subestimado lo más mínimo. Es la representación perfecta de la adolescencia sin exageración ninguna, si bien es cierto que el ambiente que se respira es claramente irrecuperable en cuanto al contexto histórico y social en el que se desenvuelve el protagonista; me refiero a que hoy un adolescente occidental no podría deambular de la misma manera por su ciudad, no exactamente de la misma forma, tan “despreocupadamente desatada”. El atino en las relaciones entre los diferentes personajes adolescentes es magnífico, y no niego mi admiración en cuanto a que un adulto pueda llegar a alcanzar tal fidelidad insuperable cuando yo, que hace relativamente poco que dejo atrás tal etapa, ya casi la había olvidado: permanecen en la cabeza datos aislados y fríos, pero casi todas las impresiones y sensaciones desaparecen; los pocos recuerdos se aprecian como vería un paisaje un enfermo de cataratas.

Queda claro que Holden y yo hemos compartido afinidad en multitud de apreciaciones y sentimientos, pues. Por ir al más trascendente, el tema educativo. Los dos valoramos de igual manera la escuela, las asignaturas, los compañeros de clase, los profesores…; la metodología, sí, subráyese la metodología. Este libro sería de una utilidad inmensa para los docentes, y para los que formulan los sistemas educativos en general. La esencia de la incomprensión que se establece con frecuencia entre educador (o maestro) y alumno se percibe en la novela. También se aprecia con meridiana claridad las inaceptables consecuencias que esto ha arrastrado siempre.





«Facing the storm» de Dave White.


En el principio me ocurrió una cosa inesperada. Está hablando con su anciano y enfermo profesor de historia, y éste le pregunta que si sabe qué va a hacer con su vida. Holden responde en seguida que sí lo sabe, pero luego se lo piensa un poco y precisa algo como «Bueno, quizá no tanto. Quizá no, no lo sepa muy bien, señor». Tal era mi identificación, tal era la viveza de la intensa tortura que tuve que soportar del mismo modo que él, que comencé a reírme con ganas pero, a su vez, se despertó cierta emoción en mi pecho y estuve cerca de soltar lágrimas.

Muchas cosas están mal, él no se ve compatible con ese mundo, intuye con fuerza la miseria que le rodea. Es un chico de corazón puro y carácter noble –a pesar de las mentiras, por ejemplo– que reniega de algo que juzga, y con razón, de mísero, mezquino y falso, terriblemente falso. Su susceptibilidad no me parece mala o reprochable en absoluto, sus juicios son acertados y de lo más pertinentes. Holden es un chico sensible que podría llegar aspirar a algo importante. La verdad es que tiene razón en muchas cosas, y el que el resto de la gente que le rodea no sean tan susceptibles como él no es un acierto ni un elogiable estado de “madurez”, sino una verdadera tara y problema, más para los individuos como Holden.

Sus referencias y citas con las chicas me han parecido, en la misma línea, excelentes, denotando una comprensión de la psicología humana muy poderosa; en este caso, y por lo que es y será recordado, por la habilidad maestra para retratar –como ya hemos dicho– el carácter juvenil, aunque también lo haga genialmente con los adultos descritos. El lector deambula gratamente en una dulcísima y emotiva veracidad.

Ese torbellino en el juicio, esa espontaneidad bendita, esa confianza en los sentidos, en la intuición. Esa fe en la improvisación, la felicidad en la aventura, el desahogo en la evasión. La indignación más airada y la dicha más ingenua y sincera separadas por un breve cordón que se basa en lo anterior. La asimilación del mundo, la enajenación hacia las normas sociales establecidas, la sensación de ser algo ajeno al sistema con el que, sin embargo, se las tiene que apañar para pervivir, para que sea plausible  lo que se supone dicen es "avanzar". La exploración de la sexualidad, de los gustos y lo desagradable en las demás personas y sucesos que va observando ante sí, con los que interactúa de cien maneras distintas: desde la desagradable indispensabilidad forzada a una especie de relación basada en la sintonía casi mística y fraternal –como con la chica que le gusta o las monjas del café–. Eso es el protagonista, y difícil será que no resucitemos en sus páginas al Holden que todos llevamos dentro. Nos podrán entrar ganas, incluso, de volvernos un poco como él; al menos un tiempo, al menos un tiempo. Lástima que, como dice constantemente, no acostumbremos a «estar en vena».

Estoy seguro que lo volveré a leer en un lapso no muy prolongado. El sentimiento de emotividad, una especie, también, de estado de “bienestar” cálido, entrañable, acogedor, en el que me ha envuelto esta obra excelente, es bien digno de ser repetido. Y he de reconocer que algunas de las apreciaciones y tropelías de nuestro inolvidable protagonista me hicieron reír como no recordaba ya en la lectura de un libro.

Un adolescente habría hecho exactamente lo mismo que Holden, habría escrito todo de esa manera. Holden es Holden, y se lo agradezco enormemente a el autor.

He de quedarme con la escena final, verdaderamente preciosa, como quizá nunca antes había leído y sentido en un libro; no de esa manera. Cuando Holden espera a su hermana para despedirse antes de su “gran aventura” –que finalmente aparca cabalmente–, y ella se enfada porque no le deja ir con él. Luego se va con ella al zoo –todo descrito con primor– y, finalmente, acuden a un tiovivo, donde esta sensación a la que aludo alcanza su climax. Hasta tal punto disfruté y me impliqué, que lamenté de veras no tener una hermana pequeña con la que hacer cosas así. La verdad es que ni siquiera se me había ocurrido nunca, y es cierto que podría haber llegado a ser extraordinario. Phoebe, esa niña magnífica, es un personaje al que pongo con todo mi alma a la misma altura que el propio Holden.


Cuando él, sentado en un banco, la está viendo a ella dar vueltas en su caballo, incluso cuando se pone a llover intensamente y los padres se cubren, en ese momento yo fui por unos momentos Holden, y me sentí muy bien. Fue estupendo. La verdad es que desearía haber disfrutado tanto como él, haber tenido esas “aventuras”, sus incontables anécdotas y conocidos, su libertad… Yo a su edad, era el doble de viejo, y siento que he desaprovechado en cierto modo esos años absolutamente irrepetibles –“particularmente irrecuperables”–, aunque profeso cierta emoción de haberlas vivido, aunque haya sido sólo un poquito, junto a Holden. ¿No son estas, precisamente, las divinas dichas de la literatura?



J. D. Salinger en 1963.


Termino con el siguiente extracto del libro. En él Holden da su famosa respuesta a lo que querría –a lo único que se le ocurre de corazón– ser de mayor. La belleza y connotaciones que hallo en el texto son dignas de mi más tierna consideración:

«Si un cuerpo encuentra a otro cuerpo cuando van entre el centeno, muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños, y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde del precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan en él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Yo sería el guardián entre el centeno.»

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*Se habla, naturalmente, en presente mientras se realizaba el análisis, que es meses antes de la publicación de la presente entrada.


Conclusiones:

Una novela entrañable, divertida y muy sencilla de leer. Será imposible que no nos identifiquemos con algunas de las sensaciones y apreciaciones de Holden, un personaje que, a pesar de sus modos, no deja de ser inteligente, crítico y con un elevado y preciso concepto de lo verdadero y lo falso en las personas. 

La rebeldía adolescente de todos los tiempos, la confusión, susceptibilidad, quedan impresas de manera irreprochable. Nosotros mismos nos involucraremos en sus dudas, sus cambios de humor, su evasión en la aventura, su exploración crítica e ingenua del mundo que interacciona con él. Muchas de sus apreciaciones podrían ser las nuestras propias en aquella edad. Porque sus miedos fueron también los nuestros.

Holden nos hará recordar lo que olvidamos e, incluso, lo que nos arrebataron o nosotros mismos decidimos desdeñar. Con Holden contactamos de manera íntima con nuestro yo más genuino, primigenio e ingenuo. 

No puedo dejar de destacar la imagen final con su hermana Phoebe, sencillamente preciosa. El atino en el análisis psicológico del joven, sus reacciones, gestos y respuestas, es primoroso.

2 comentarios:

  1. El Young Adult por excelencia antes de que existiese siquiera la etiqueta Young Adult, pero con la maldición a cuestas de que nadie que lo lea en la franja de edad del subgénero pueda sacarle todo el jugo y se tenga que esperar a ser más adult y menos young para ello. Pero igualmente una enorme novela.

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    1. La exactitud de «El guardián entre el centeno» es tal que creo debiera ser leído en los centros educativos tanto por todos los alumnos como por los propios docentes.
      Un saludo.

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