miércoles, 6 de agosto de 2014

«El tío Goriot» de Balzac.

En la profundamente desigual Francia del XIX un joven estudiante en la miseria buscará integrarse en la alta sociedad, descubriendo por el camino lo más alto y lo más bajo de las personas

Antes que nada...

El análisis no pretende portar spoilers, y se emplea el lenguaje con cuidado. Ahora bien, se incluyen algunas observaciones a hechos que, ineludiblemente, dejan entrever ciertos sucesos relevantes. Yo advierto que no enturbian de ninguna manera el interés por la lectura y que, por otra parte, existen análisis mucho menos sutiles al respecto en los propios prólogos o enciclopedias estudiantiles. A pesar de esto, estoy convencido de haber empleado precaución en la forma de exponer dichas cuestiones. Entiéndase también que en los clásicos, al ser tan universales y analizados, hay determinados hechos que se conocen por pura inercia cultural (qué lector asiduo no sabe de antemano que Odiseo regresa sano a Ítaca, que Romeo y Julieta mueren, etc.). En definitiva, no lo recomiendo para los que no puedan ni oler los spoilers, pero en principio no vería demasiado problema.

Recuerdo que si el lector no se encontrara dispuesto a leer el análisis entero, hallará una conclusión al final que puede tomarse como breve reseña literaria.

También tenéis la opción de tirar de las líneas remarcadas para saltar directamente a las zonas que he considerado importantes.


A pesar de todo, existen en el análisis determinados párrafos que solo se entenderán bien una vez terminada la obra.



La primera imagen corresponde a la edición del libro que yo mismo he empleado para la lectura.



Agradezco cualquier precisión o corrección. Un saludo.


Análisis:

«Muy feliz por su falso éxito, Eugenio acompañó a la vizcondesa hasta el peristilo, donde cada uno espera su coche.
–Su primo no parece la misma persona –dijo el portugués riendo a la vizcondesa, cuando Eugenio los dejó solos.
–Va a hacer saltar la banca. Es ágil como una anguila, y creo que llegará lejos. Solo usted le ha podido poner a tiro una mujer en el momento en que precisa que la consuelen.
–Pero –dijo la señora Beauseant –habría que saber si ella no ama todavía al que la abandona.»


Se podrían sacar cientos de matices y conclusiones de esta novela. El estilo de Balzac no se puede encasillar precisamente de dinámico, muy en la línea del realismo de primera mitad de siglo. El libro comienza con una larguísima descripción que, sin embargo, no termina de aburrir por su maestría. El uso de la yuxtaposición es sin duda frecuente. A mí mismo, en un principio, no me pareció que mereciera –a pesar de su evidente excelencia literaria– la enorme fama que posee, pero en seguida hay que pensar que se trata de una pieza más de la enorme obra de Balzac, de su «Comedia humana», que es leída en su totalidad como debiera valorarse: encajándolo todo.



Edición 2009 de Alianza (diseñador de cubierta no especificado en pág. preliminares).



No me ha entusiasmado demasiado, la he leído con un ánimo que, si no llegaba a la frialdad, bien podría encasillarse de templado. Ni mucho menos quiero con esto decir que me haya aburrido, en absoluto. Se aprenden muchas cosas que, sin embargo, yo ya conocía; esto es que la novela te da una perspectiva exacta donde antes sólo había sensaciones y planteamientos vagos. Porque, ¿a quién le gusta llenar su cabeza con las ruindades de la sociedad humana? También es cierto que la circunstancia de aquella época posee suficientes rasgos diferenciadores respecto a la actual, como para que no me involucrara lo que merecía. Respecto a la descripción de dicho contexto histórico, cabe decir que es un cuadro cercano a lo perfecto: aquella sociedad en el que la miseria era honda, extrema y terrible, y la riqueza era la más dorada, voluptuosa, bella y sofisticada. A pesar de las señaladas diferencias, el carácter de la sociedad es muy similar en sus parámetros esenciales respecto a lo que podemos observar hoy. En la actualidad hay más oportunidades y mucho menos hambre: tener el estómago lleno ayuda, desde luego, a maquillar mejor la mezquindad y la cicatería; pero ahí siguen, en el fondo de innumerables seres humanos, fríos, bobos, vulgares, egoístas, pretenciosos y maliciosos. 

Anastasia y Delfina no sólo marcan la miseria de los hijos malcriados, desperdiciados, irreparablemente esperpénticos y carentes de espíritu y de empatía algunas. También remarca de manera muy ilustrativa la miseria de la mujer fatídica: la superficialidad, el interés constante, el adorno, la hipocresía, la gratitud ante el cumplidor de sus deseos que se convierte en frío desdén cuando éste deja de alimentar ese suministro (aunque la razón sea que no le quede un céntimo). Lo que ya no les es práctico, lo que ya no les es de utilidad queda apartado, e incluso se convierte en algo molesto y vergonzoso. Su propio padre les resulta molesto y vergonzoso. Su padre Goriot, que se dejaría arrancar sus huesos y sus pulmones sólo por hacerlas felices un día entero.

También toda la miseria de lo peor del carácter masculino, encarnado en los yernos, el Señor de Restaud y el Señor de Nucingen; sin duda son un compendio de lo más detestable y bajo que puede albergar un varón. Ellos mismos son los encargados de destruir la poca empatía que podía restar en el corazón de unas jóvenes Anastasia y Delfina. Se aprecia en este sentido un interés de Balzac por extender no sólo la vileza humana en general, sino en determinar esas sutilezas de carácter que en el común de los casos suelen establecer divergencias entre los caracteres de los dos géneros; también dichos parámetros diferenciadores entre las clases sociales, entre las circunstancias de cada cual; pero en el fondo, dejando a un lado el más espeso o más diluido, más negro o más marrón, hallamos en casi todos la citada vileza en sí, la dañina bajeza perdonable solo a causa de la terrible simpleza de la que proviene en última instancia.

Vautrin es, en mi opinión, el personaje mejor conseguido y el más interesante. Me provocó algunos dilemas que me entretuvieron. ¿Yo me habría unido a él? Llegué a considerarlo como un maestro, un ser afín, un guerrero digno al que arrimar el escudo. Que no se me malinterprete: tampoco en sentido estricto y extremo; pero sí me planteaba esa posibilidad. Ciertamente, no era un hombre malo sino un rebelde, y sin duda su propuesta era infinitamente más pura que su contrincante: un estado que apestaba maldad y manipulación: injusticia absoluta. Además, se parte con el aliciente de que Victorina era una mujer estupenda, una mujer incorruptiblemente buena, que me recordó irremediablemente a Sonya de «Crimen y castigo», pues sus similitudes son evidentes. ¿El asesinato? Un ser indigno, el hermano de Victorina, un ser abominable como un parásito o una rata; lo mismo su propio padre (del que parece existir un volumen de Balzac dedicado para él, según vi en una de las anotaciones del traductor y que, por lo demás, dejaba bastante claro que, efectivamente, se trataba de un ser malvado, terriblemente despiadado) que, sin embargo, viviría. Pero los principios de Rastignac cobran fuerza, se resisten a esa lógica en apariencia bastante clara (por cierto que Raskolnikov de «Crimen y castigo» tendría aquí mucho que decir). Imagino que yo habría terminado decidiendo lo mismo.

¿Por qué insiste, sin embargo, en la Señora de Nucingen, en Delfina? No es una mujer particularmente detestable, pero sigue poseyendo rasgos demasiado pestilentes. En sí misma no sería una elección atroz, ella propiamente termina enamorándose de Eugenio (si es que podemos considerar “amor”, tal y como señala Balzac, a un agradecimiento por el placer recibido). Sin embargo, si la comparamos con Victorina, enteramente pura, Nucingen se queda en una chica de un tipo que no deja de ser relativamente frecuente.




Tal y como representa a la muchacha Albert Lynch me figuraba yo a Delfina de Nucingen.



¿Y qué decir de la alianza que supondría esto con Vautrin, con ese hombre superior; con todos sus contactos? Ese hombre, que parece peligrosamente sospechoso y tramposo en un principio, resulta ser un espíritu en cierto modo nitzscheano, toda una lógica sin escrúpulos, y que tiene un altísimo concepto de la amistad, que es completamente ajeno al concepto de “traición”. He ahí el dilema: lógica o principios. Hace bien poco me habría decantado por la lógica, hoy en cambio voy oscilando hacia los principios. Me resulta muy similar este personaje a Stavrogin de «Los demonios». Por lo demás, he de subrayar la excelente labor de Balzac con Vautrin.

Hay un marco limitado de personajes. La Señora Bauseaunt me ha dejado una sensación agridulce. Parece una buena mujer, pero no deja de ser una mujer cualquiera, solo que con mucho dinero. La personalidad también se ha visto beneficiada –e incluso un poco perjudicada– por este hecho. La Señora Vaquer es una estampa de todo lo más vulgar que puede reunirse en una señora tacaña e ignominiosa. Es, además, un tipo de psicología femenina que, en mayor o menor medida, yo mismo he podido advertir en bastantes ocasiones. Como con las demás siluetas ruines, no me causó indignación ni cólera: tan calados los tengo. Simplemente asentía mientras seguía leyendo: «En efecto, Balzac, así es este desganado y decadente animal». Poiret, que no deja de ser una hipérbole del hombre masa, el hombre engranaje, que todo lo valorable que puede llegar a pronunciar es producto de la imitación, y no del razonamiento propio es, como señala el propio Balzac, un funcionario imbécil. Poco más. Es caricaturesco que la Señora Michoneau le dome como un perrito: es exactamente la relación que se establece entre este tipo de hombres y mujeres respectivamente. La vulgar ruin y el perrito imbécil. Son una legión: lo fueron y lo serán siempre. De lo más lamentable entre las corrientes humanas. La Señora Couture se trata de esa típica «madre buena» que, a pesar de ser terriblemente ingenua, posee bondad y capacidad de sacrificio, de empatía. Quizá sea precisamente por ello, por su ingenuidad santa. Bianchon me recordó vivamente a Razumihín, también de «Crimen y castigo». Se me ha olvidado decir que Vautrin no deja de tener ciertas semejanzas –aunque en este caso salvando muchas distancias– con otro personaje de citada novela, Svidrigailov.

Rastignac, a pesar de ser el protagonista, no es un personaje que me haya transmitido la suficiente complejidad psicológica; al menos para que alcanzara el interés como para convertirse en el centro de tan importante obra literaria. Se trata, a grandes rasgos, de un joven avispado, que aprende muy rápido las cosas, con un corazón noble y unos principios relativamente sólidos –a pesar de la suciedad y ruindad que le rodean, anegándolo todo–. Es alguien que posee el valor y la entereza suficientes como para arriesgarse, combatir, tratar de coger lo que quiere en la vida. También es verdad que posee una suerte increíble: teniendo la madre que tiene, teniendo una prima –la Señora de Beauseaunt– rica y que se muestra receptiva, siendo lo suficientemente joven y atractivo como para atraer a la Señora de Nucingen y a la propia Victorina, conociendo a alguien como Vautrin, como Goriot, como Bianchon… Existen unas pequeñas trabas al principio, pero luego, en verdad, todo le sale bastante bien, mas si tenemos en cuenta TODO lo que le podría haber salido mal, pues muchos eran los inconvenientes en su trayecto y sólo unos pocos se le manifiestan, salvándolos sin mucha agonía gracias a sus propios contactos. Eugenio de Rastignac me cae simpático, y me parece un ejemplo de la mejor clase de juventud. Tiene mi misma edad, y su enfrentamiento a la vida y a la sociedad comparte numerosos puntos respecto al mío, y en cuanto al joven de todos los tiempos. La diferencia, claro está, es que mi situación es infinitamente más acomodada que la suya; también, me atrevería a decir, que más encorsetada y exasperante. No lo aseveraré con rotundidad, pero casi me parecería mejor enfrentarme a su situación que a la mía propia, y no es una cuestión de evasión, sino que su circunstancia me parece del todo accesible y superable. ¡Ay! Si yo tuviera una prima Beaseaunt, si yo compartiera hospedaje con un Vautrin, si yo tuviera a una santa Victorina de significativas miradas enfrente mío en las comidas –que, por cierto, muy buena la tierna escena en la que ella cuida de un Eugenio dormido a causa la treta de Vautrin–.




«La escalinata de la ópera» de Louis Beround.




El tío Goriot es un personaje unidireccional. Es la máxima representación de la abnegación, de la paternidad, de la bondad, de la honestidad, de la entrega. Y no se sale demasiado de esa línea, sin embargo, lo que le hace predecible y algo aburrido de manera inevitable. ¿Se ve cómo yo mismo soy un poco «Nucingen-Restaud», como yo mismo soy un «hijo joven» que reniega del buen tío Goriot? No deja de ser preocupante. El mundo nos enfría a una velocidad terrible, lo que antes eran sentimientos y honestidad, se convierte rápido en frialdad, frivolidad, indiferencia, egoísmo. Y aunque uno trata de recuperar un atisbo de la sensibilidad perdida, me doy cuenta de que se hace dificultoso al no ser que la sociedad cambiara drásticamente, o que se hallara alguna intrincada manera de que pudiera vivir prescindiendo de ella, evitando así su contaminación viciosa y mortal. Eso sí, yo hubiera sido incapaz de reaccionar como lo hicieron sus hijas, máxime cuando el pobre hombre se precipitaba a los albores de su existencia en una pena y en una agonía infinitas. En este sentido, mi conciencia acompañaba la misma dirección que la de Eugenio.

Durante el desenlace de Goriot, yo leía sin que mi ánimo se viera enturbiado o afectado lo más mínimo. Sin embargo, curiosamente, sentí afinarse en cierto modo mi sensibilidad, en el preciso instante en que quedaba media página para acabar el libro, cuando Rastignac acaba de ver a Goriot descender y queda solo ante el sol ocultándose tras la silueta de París. No fue nada espectacular, pero la noción de que una persona tan notable como Goriot quedara olvidado en "fango", sin nadie que le quisiera, sin sus luceros: sus hijas, sin una ceremonia digna, sin nada más que su amado medallón en el pecho –que incluso la miserable Vaquer estuvo a punto de agenciarse–. Esa entrega, sufrimiento, sacrificio totales, superlativos; esa rara mancha de bondad pura e irreprochable desperdiciada de una manera tan triste, mudamente trágica, fría, en una especie de sinsentido inevitable. ¿Cuántos como él, siguieron su mismo destino fatal y penoso? Siempre subestimados, desdeñados, despreciados, burlados, desperdiciados, sumidos en el olvido, como introducidos de una patada a un agujero sin fondo, sólo raramente presentes, en este caso para la inspiración pasajera en un corazón joven, en Rastignac. Hace ver lo miserable de la vida, una miseria tan sorda, muda, tan fría, tan aburridamente fría, tan exasperantemente estéril. Hace parecer que nada sirve, en última instancia, para nada. Las fuerzas de devoran entre si, las voluntades se absorben o se disuelven sin que nada parezca surgir ni llevar nada a buen cabo. Esa sensación me pareció valiosa: la percibí en el ocaso de Goriot.



Honoré de Balzac en 1842.



Lo dice claramente la mejor amiga de Beaseaunt: «Un corazón que lo entrega todo, ya no le queda nada valioso que ofrecer». Eso sucede con el bien incondicional, con Goriot. Esa es la eterna pena del mundo, y lo que destapa la gran mezquindad que asola los corazones humanos: me suena a maldición, a enfermedad. Los comediantes más detestables pasan por famosos, y los verdaderos seres valiosos, los Goriot, quedan en arena y huesos, menosprecio y luego, casi instantáneamente, olvido total. A muy pocos les parece una gesta lo de Goriot. A la gente “gesta” les parece las conquistas de Napoleón o el atleta más rápido de una competición, pero lo de Goriot siempre quedará desadvertido, cuando es él el verdadero héroe, el íntegro benefactor de la humanidad, el verdadero pilar de los hombres y mujeres del mundo.

Pero la cuestión al terminar esta novela, y cuya respuesta honesta es la ratificación total en la propia tesis de Balzac, es la siguiente: «¿Matarías a un chino desconocido, al otro lado del mundo, a cambio de ver cumplido tu deseo absoluto de felicidad?» Ahí está la pregunta. Balzac responderá, y Goriot: ojalá también el lector.


Conclusiones:

La obra es un retrato sobresaliente de la sociedad Parisina del siglo XIX, pero también de las miserias de la sociedad occidental de todos los tiempos, de todo el fondo de vanidad repugnante del que parece imposible salvar al hombre, sea cual sea su época y condición. 

Aunque podemos hallar apreciaciones parecidas en otras novelas realistas francesas de la época, el estilo de Balzac es digno de concentrar en él toda nuestra atención. 

Acompañaremos a Eugenio en su ambición, nos reiremos entrañablemente de sus torpezas y elogiaremos sus aciertos y sus osadías. 

Merece mi comentario aparte el personaje de Vautrin, que tanto me recordó a Stavrogin de «Los demonios»; el acierto y la precisión psicológica en este inolvidable personaje resulta genial. 

Por último, no podremos acallar a nuestro corazón con el destino del buen Goriot, que creemos secundario al principio, y entenderemos el por qué se halla en el título, finalmente. Goriot es el bien más puro, incondicional e ingenuo, una de esas diminutas islas condenadas a sucumbir casi siempre, tarde o temprano, ante la maldad indiferente, la ambición corrosiva y la vanidad insaciable del resto de la sociedad.


¿Usted dejaría morir a un chino cualquiera al otro lado del mundo a cambio de ver cumplidos sus más profundos deseos? Lógica o principios. Balzac le llevará a su respuesta.

2 comentarios:

  1. Justo ayer terminé esta bella y trágica obra. Sin duda una prosa densa y que en un principio resulta difícil, pero sólo las primeras 50 páginas, después es puro placer y resulta sencillo seguirle.

    Concuerdo, Goriot es el héroe...trágico. Eugenio no posee la fuerza para sostener la historia y son necesario los demás personajes que bien cumplen y logran rescatarla. El final, exactamente quedé igual, muy simple, sin fuerza, sin poesía.

    Quedo satisfecho con la obra. Frases lapidarias a nivel Dostoyevski, y eso me animaba. Otras que no lograba comprender en su totalidad, quizá la traducción (la misma que tú), quizá mi limitación. En general, obra recomendaba para sumergirte en los entresijos de la humanidad. Échale un ojo a los nombres que tienen letras volteadas, sobre todo en Beauseant y Vautrin.

    Estaba por comenzar "Madame Bovary", pero se me ha cruzado "Bouvard y Pécuchet" en una mini feria de libros. Probaremos con Flaubert.

    Carlos.

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    Respuestas
    1. Hola Carlos,

      Estoy completamente de acuerdo contigo. Es una novela que es relativamente corta, pero eso no quita el hecho de que exija un nivel de concentración a tener en cuenta y que la trama haga brotar con toda solvencia algunas de las cuestiones morales más eternas del ser humano. Personajes como Vautrin, inolvidables. Rastignac está bien, pero por sí solo haría poco, como dices; son los demás personajes los que hacen fuerza junto a él y generan un retrato que no es tan sublime en sus trazos como en su aspecto general y sumamente trágico. El final, muy significativo, pero mucho más cuando se ha terminado de leer la última página que mientras se estaba leyendo el desenlace propiamente dicho.

      Es fácil detectar esa pulsión tan psicológica y trágica que hay en Dostoievski. Aunque en este caso, probablemente no nos equivoquemos al afirmar que, en realidad, hay mucho de Balzac en Dostoievski (el hombre que le infundió la vocación literaria, de hecho).

      Pues ya me contarás qué tal «Madame Bovary», novela que debería haber leído hace ya un año, y que ahí sigue, con un papel en la página setenta y tantas...

      Gracias por tu comentario. Un saludo.

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