martes, 12 de agosto de 2014

«Hojas de hierba» de Whitman.

El hombre común es el protagonista del mundo en un libro de poemas que introdujo temas muy innovadores

Antes de nada...

Si el lector no se encontrara dispuesto a leer el análisis entero, al final de la entrada se incluye una conclusión (en este caso en concreto se me ha ido un poco la mano en dicho resumen) que puede tomarse perfectamente como reseña literaria. 

También tenéis la opción de tirar de las líneas remarcadas para saltar directamente a las zonas que he considerado importantes.

La primera imagen corresponde a la edición de la obra que yo mismo he empleado para la lectura.

Agradezco cualquier impresión o corrección. Saludos.


Análisis:

Whitman es un personaje que me despertó sentimientos opuestos. Literalmente, he pasado de detestarle y desdeñarle con férrea convicción a poder respetarle con un gesto de escepticismo. Expliquemos esto más detalladamente.



Edición 2012 de Alianza (diseño de cubierta: Manuel Estrada).



Como sabrá el lector, «Hojas de hierba» se divide en diferentes secciones. La más importante y que le da la fama –ocupa la inmensa mayoría del libro– es la de «Canto a mí mismo», que es lo que le transciende a clásico de la literatura. Así pues, tras leer el primer poema breve («De riachuelos de otoño») que pasa sin pena ni gloria –no es un poema que destaque para nada–, nos hallamos en la disposición de acometer el quid de la cuestión.

Whitman revisó, amplió y corrigió el contenido de «Hojas de hierba» nada más y nada menos que a lo largo de nueve ediciones. La mía, de Alianza, corresponde a la primera –la más íntegra, al parecer Whitman la expurgó en cierto modo en las posteriores–, en edición bilingüe. No es que tenga un nivel de inglés estratosférico, pero soy capaz de apañármelas hasta cierto punto. Sin embargo, al comprobar repetidas veces que la traducción efectuada por Manuel Villar Raso era prácticamente idéntica –el inglés se traduce siempre muy efectivamente– al texto original, me decidí por leerlo casi siempre en español. En esto contribuyó mucho el enfado que pillé con la obra y que duró hasta casi la mitad.

Whitman no emplea ni métrica ni rima en su poema. Para decirlo de manera menos sutil, se pasa por el forro de las pantorrillas cualquier tipo de restricción típica de la poesía. Sus versos son larguísimos, no guardan relación de longitud aparente, la rima no existe ni por casualidad; pero tampoco demasiada armonía en la disposición que se diga. Se supone que se basa en la estructura de los versículos bíblicos, pero ya os digo que no excusa para nada las tropelías que comete. Yo no lo consideraría ni poesía, es más bien una prosa escrita a trompicones y con un uso de la metáfora, con ese estilo exaltado y profundo, tan típicamente lírico.

También se evidencia la total desgana e interés por la estética en el mismo proceder. Los temas son tratados de manera prácticamente aleatoria, se cambia radicalmente de asunto en cada verso o, incluso, en cada estrofa. Da la impresión de que el señor Whitman está escribiendo lo primero que le viene a la cabeza. Esto se intenta excusar en la intención renovadora que supone Whitman desde una perspectiva general: yo llego a sospechar que acaso no se le daba demasiado bien y decidió cortar por lo sano; pero no olvidemos que Whitman no inventó el verso libre ni muchísimo menos.

Bien, vayamos a «Canto a mí mismo» y la razón de mi biliosa primera reacción. Voy a ser directo y claro; Whitman es pretencioso, es un obseso de su imagen, es alguien que desea aparentar lo que él mismo no se cree, en el fondo, que es. En aquella época estaban de moda los “héroes”, y la correspondencia suya que se conserva dejaban bastante claro todo lo referido a su personalidad que yo mismo aprecié rápidamente en su obra. Quiere romper moldes, está claro que lo hace, pero lo malogra todo lo mucho que resalta su afán por querer llamar la atención, por convertirse en alguien influyente y admirado. También malogran la lectura las características formales descritas: no tiene ni idea de lo que es la poesía, para mí un Lorca o un Machado es poesía y, Whitman, diga lo que se diga, no. Renovar no es abolir, que es prácticamente lo que él hace. Lorca es infinitamente mejor poeta que él, también Cavafis o Blake. La ventaja de Whitman radica en lo pintoresco de su intento pero, sobre todo, en los temas que plantea. Whitman es sin ningún género de dudas el supremo cantor de la naturaleza, de la armonía vital con cada cosa. Es un gran defensor de la igualdad, la democracia y la individualidad. La libertad y un optimismo muy original respecto a todo –incluso respecto a la muerte– se absorberán de Whitman de manera completamente irrepetible. Aúna todos estos temas muy bien, y los trata con cierta profundidad.

Es cierto que nuestro “poeta” es más original que profundo si nos ceñimos al sentido estricto de la palabra. ¿Por qué? Al estar contento con todo, evade la necesidad de ser verdaderamente crítico con nada. Así, Whitman  navega en la ambigüedad de sus propias apreciaciones, a salvo de despertar el escepticismo de muchos, protegido de cometer error alguno en sus consideraciones precisamente por su manera de abordar las cosas: lo dice todo y no dice nada. En demasiadas ocasiones se asemejan –o son– a meras bombas de humo. Casi cualquiera tiene la capacidad de plasmar sensaciones al nivel retórico de Whitman, que es más simple que el mecanismo de un cubo, a pesar de que sus versos filosóficos puedan crearnos dudas: la ambigüedad comentada le sigue salvaguardando.

Hace surgir una perspectiva muy interesante sobre la vitalidad del hombre moderno. Lejos de evadirse a lo etéreo como los anteriores poetas, Whitman acoge en su seno a todo lo viejo y lo nuevo de igual modo: para él es tan bueno lo que fue como lo que está por venir. Alabanzas constantes tanto a la apacible naturaleza como a la ciudad bullente, tanto a los animales –de los cuales saca interpretaciones curiosas– como a los herreros, carpinteros o pescadores que ejecutan sus labores a lo largo de la urbe. Whitman se siente a gusto en todas partes. Lo que define este sentir es que, para el autor, todo es «como debe ser», sentirse descontento es una futilidad ante los portentos que nos rodean.

El «yo» poético se erige como la figura fundamental de su expresión literaria. Para Whitman, la libertad posee un vínculo con el individualismo, que no considera que haga al humano más egoísta, sino que despierta en él un sentimiento de fraternidad hacia la humanidad que se canaliza a través de la democracia. La hierba que tanto llama la atención en el título es un símbolo eminente en la obra, representa la voluptuosidad, la visión democrática del poeta, según la cual la multitud crea la suma de las individualidades. Podemos apreciarlo en el siguiente fragmento:


«Me preguntó un niño: ¿Qué es la hierba?, trayéndomela a puñados;
¿cómo podría yo responderle?... yo no sé lo que es mejor que él.

Sospecho que es la bandera de mi naturaleza,
tejida con esperanzada sustancia verde.
O sospecho que es el pañuelo del Señor,
un regalo perfumado y un recordatorio
dejado caer a propósito,
con el nombre del dueño de alguna forma en las puntas,
para que veamos, reparemos y nos preguntemos
¿de Quién?
O sospecho que la hierba es ella misma un niño…
el recién nacido, producto de la vegetación.
O sospecho que es un jeroglífico uniforme,
y que significa brotando por igual en regiones vastas
y en regiones estrechas,
creciendo por igual entre los negros y los blancos,
canadiense, virginiano, congresista y negro, que a todos
me entrego y los acepto por igual.»




«Césped soleado en un parque público» de Van Gogh.



Está claro que el mundo de Whitman tiene una brillante personalidad, es singular y muy atrayente. Todo destila una fraternidad que no nos cuesta aceptar; no hay niveles ni jerarquías, todo es igual de importante, el hombre ha de estar en paz con la naturaleza. La recreación de la idea del eterno retorno de lo idéntico está en este sentido muy bien plasmada (no olvidemos que en «Canto a mí mismo», el autor no pone adrede punto y final en la último verso).

Whitman quiere a todo, para él la muerte es una compañera que lleva la paz bendita, no es el fin sino un puente etéreo, todo es cíclico para él. No niega la religión, la acepta hasta un punto, eso sí, con cierto tono condescendiente. Para él toda creencia es bienvenida, está claramente influenciado por el deísmo. En lo referido a la sexualidad –importante en la obra pero ni mucho menos tan presente como algunos la anuncian–, establece unos juegos armoniosos, sinceros, despreocupados a todo punto; se vuelve algo críptico en este asunto, y parece que le gustan por igual tanto hombres como mujeres.

Se palpa excelentemente la esencia norteamericana. De alguna forma acabamos hasta las trancas de esa cultura, de sus desiertos y ranchos sureños y los frondosos bosques y lagos norteños. «Hojas de hierba» es también una renovación en el sentido que el protagonista deja de ser el héroe aristocrático de la lírica anterior, y pasa a ser el propio lector, cualquier persona: el ciudadano es el héroe del mundo según Whitman.

En ciertas partes le da por escribir una lista larga de observaciones consecutivas a escenarios dispares, eso sí, tratados sin maestría alguna. Estoy completamente de acuerdo con lo que dice Borges a este respecto: «Para un verdadero poeta, cada momento de la vida, cada hecho, debería ser poético, ya que profundamente lo es. Que yo sepa, nadie ha alcanzado hasta hoy esa alta vigilia. Browning y Blake se acercaron más que otro alguno; Whitman se lo propuso, pero sus deliberadas enumeraciones no siempre pasan de catálogos insensibles.»

Así pues, el lector que pretenda abordar «Hojas de hierba» por primera vez ha de tener en cuenta que la intensidad de su paso por la obra y su valoración final variará enormemente de acuerdo a su nivel de escepticismo, de su nivel de realismo o de “ver lo que esconden las intenciones líricas”. Una mente despreocupada afrontará a Whitman con la frescura que es perfecta para este tipo de lecturas, una mente tensa podrá pasarlo enrabietado o, al menos, con una implicación e intensidad mucho menores.

Estoy convencido de que no he terminado los deberes con este señor. Tengo que volver a él y tomármelo más relajadamente. Pienso acometer nuevamente la lectura de manera eventual en los viajes de metro a lo largo de los próximos meses.

Lo que sí está claro es que, en cualquier caso, esta insignia de la poesía moderna nos abrirá un balcón en nuestra casa donde antes solo había muda pared, le restará sobriedad y preocupación innecesaria. Sentiremos entrar el viento otoñal, sus hojas crepitantes rozándonos el rostro… Pero hay que tener paciencia, esto no se descubre nada más se abre el libro.



Walt Whitman en 1867.



Las demás secciones de «Hojas de hierba» son unos cortos poemas entre los que cabe destacar «De recuerdos del presidente Lincoln». A mí, sin embargo, fue el último y más corto el que más significativo me pareció, «De Adiós, mi Fantasía.» El espíritu y los temas a los que se recurre vienen a ser, en cualquier caso, muy similares al poema principal, aunque se centra más en la intención y divaga menos.

En definitiva, una perspectiva muy valiosa, difícil de adquirir de otra manera –aunque ahí estén tanto London como Thoreau–, es una manera muy especial y valiosa de entender la literatura y, con sus fallos y aciertos, nos embarca en una perspectiva acogedora y moderna que se halla en estrecha relación con la sociedad actual. Cualquiera de nosotros puede adoptar la visión de Whitman incluso después de los ciento sesenta años que han pasado desde la publicación de la primera edición la obra.


Estéis o no en sintonía con él, no deja de ser una obra útil y que te abre singulares y muy valiosos horizontes, sobre todo en la manera en la que nos podemos tomar la vida y el mundo; en no creernos el centro de todo, sino aprender a ser como la hierba: un sinfín de piezas maravillosas interrelacionadas entre sí, partes de un enorme, poderoso y bello conjunto que es besado por todos los elementos.


Conclusiones:

Lorca, Cavafis, Blake o Machado tienen una noción de la poética que Whitman ni concebía ni, posiblemente, era capaz de igualar. Por eso su obra es una pila de "estrofas" kilométricas en las que el sentido del ritmo brilla por su ausencia. No perdonemos a Whitman por su intención renovadora a este respecto: él no inventó el verso libre ni mucho menos.

Así, se trata de una especie de prosa redactada a trompicones, los temas tratados literalmente según le venían a la cabeza al autor. Intenta hallar en las descripciones profundas y en la exaltación estilística un remedo a lo anterior.

«Canto a mí mismo» es pretencioso, una obsesión por la imagen, por parecer lo que no es, sobre todo hasta la primera mitad. Se esconde, por ello, en términos bellos pero ambiguos. Está contento con todo, de tal manera que se libra de criticar juiciosamente nada. En la metáfora de Nietzsche hallamos profundidad coherente, en la de Whitman observamos demasiadas veces meras bombas de humo.

Las enumeraciones descriptivas, tal y como apuntara Borges, destilan una "frialdad" que pueden dejar al lector bastante indiferente.

Innova de forma esencial en los temas tratados y en la manera optimista de abordarlos, pero su uso del lenguaje dista bastante de ser original. Yo mismo no di crédito hasta bien avanzada la obra: «¿De verdad esto es la mejor poesía de la modernidad, una cumbre de la humanidad?»

Después de una primera mitad de «Canto a mí mismo» insulsa y plasta, nos introducimos en ideas más concretas y pulidas. La perspectiva vital de Whitman se revela, finalmente, como un descubrimiento que pasó demasiado tiempo desapercibido. Un balcón se abre a tu vida y sientes el aire fresco y las hojas otoñales en el rostro. Es en ese punto cuando surge un respeto escéptico por el autor, pero yo seguí pensando que su ambigüedad y sus brillos de hombre inseguro y pretencioso –por no citar la falta clara de maestría en el uso del lenguaje– me malograron una lectura que en otras manos podría haber sido todo un hito.

El canto supremo a la naturaleza, la individualidad, la libertad, el optimismo vital (incluso respecto a la muerte), la defensa de los valores democráticos y de la igualdad, la paz tanto en los bosques como en plena urbanidad, el retrato de la esencia norteamericana. Esos son los temas tratados en «Hojas de hierba», una excelente intuición malograda por su evasión de los conceptos concretos.

Con sus fallos y sus aciertos, «Hojas de hierba» no deja de ser una obra de una singularidad muy atractiva, un caso único en la literatura universal. Las perspectivas vitales que aporta son muy valiosas y abren los ojos al respecto de nuestra relación con la vida y con el mundo, que no es poco. Es difícil no salir de esta obra sin estar un poco más en paz con todo, te destensa y te enseña a sentir de una manera más fina y sensual; hasta lo más diminuto pasa a percibirse como algo importante.

4 comentarios:

  1. Reconozco que la poesía es una asignatura pendiente para mí, por desgracia. Debo buscar la forma de meterme en esa forma narrativa porque siento que me estoy perdiendo grandes cosas. Esta obra es una de ellas, estoy seguro.

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    1. Disto mucho de ser un experto tanto en literatura en general como en poesía en particular, pero puedo hacerle las siguientes observaciones:
      La poesía en bastantes casos exige una concentración mucho mayor que la prosa, pero la gran diferencia considero que se halla en la disposición de ánimo óptima con la que acometerla. La experiencia personal me dice que la poesía es incompatible con el estrés y con las expectativas de "ligera amenidad" (por la concentración requerida), en el sentido de que la poesía es mucho más profunda, sutil, compleja, concentrada, y da lugar a interpretaciones aún más diversas. Sobre todo creo que se necesita un poco de entrenamiento, un mínimo indispensable para calibrar correctamente la percepción, la sensibilidad. Yo podía coger hace tiempo un poema y decir «Qué nimiedad, dónde está la gracia de esto» o «Esto es incomprensible, no tiene lógica», y a base de insistir mi opinión ha cambiado mucho (incluso respecto a los poemas que hasta hace relativamente poco no me gustaban, como los de Neruda, ahora los he encontrado la gracia a base de "modular").
      Posiblemente los dos libros de poemas más famosos de la modernidad sean «Hojas de hierba» y «Las flores del mal». Yo le recomiendo que empiece con el primero, cuya forma además se asemeja muchísimo a la prosa, al prescindir completamente de rima y métrica. Encantadores y tremendamente hábiles son Lorca y Machado. Más difíciles son Blake o Mallarmé. Si le gustan las evocaciones al mundo griego tiene a un magnífico Cavafis, que además entra muy fácilmente.
      Pero incido en la recomendación de «Hojas de hierba» (ha podido leer un relevante fragmento en el análisis), no conozco a nadie que no le guste, y se lee en dos o tres tardes a lo sumo. Le dejo un famoso poema de Mallarmé, «Azur», –publicaré una reseña sobre una breve antología suya en breves– para que vea hasta donde alcanza la sutileza, el poder es estremecedor, toca fibras a las difícilmente podría llegar la prosa:

      «Del azur sempiterno la ironía serena,
      cual la bella indolencia de las flores, abruma
      al poeta impotente que maldice su genio
      a través de un estéril desierto de Dolores.

      En huida, y con ojos cerrados, lo percibo,
      con un mirar tan intenso como el remordimiento,
      en mi alma vacía. ¿Huir? ¿Y qué angustiada noche
      –harapos– arrojar contra un desdén atroz?

      ¡Nieblas, surgid! Mezclad sin fin cenizas
      con los densos jirones celestes de la bruma
      que tragará el pantano lívido del otoño,
      y construid la cúpula donde impere el silencio.

      Y tú, sal del estanque del Leteo y reúne
      al llegar ese limo y esos rosales pálidos,
      amado Hastío, pues vamos a cegar para siempre
      los azules boquetes que abren aves malvadas.

      ¡Más aún! Que, sin descanso, las tristes chimeneas
      humeen y que una errante cárcel de sucio hollín
      extinga en el horror de sus negras estelas
      el sol que, amarillento, muere en el horizonte.

      –Murió el cielo. –Oh materia, ahora corro hacia ti.
      Que olvide qué es Pecado, lo que sea el Ideal,
      este mártir que llega a compartir la paja
      en que el feliz rebaño de los hombres se tiende.

      Pues deseo, mi cerebro al fin está vacío
      como un tarro de afeites yaciendo al pie del muro,
      y no sabe ataviar a la idea sollozante,
      lúgubre bostezar hacia la oscura muerte.

      ¡Es en vano! Azur triunfa y escucho cómo canta
      en las campanas. Alma mía, se ha hecho voz
      para asustarnos más con su artera victoria
      y surge del metal, vivo en azules ángelus.

      Y rueda entre la bruma, antiguo, y atraviesa
      tu nativa agonía como certera espada.
      ¿Dónde huir de esta lid tan rebelde y perversa?
      Me obsesiona. ¡El Azur! ¡El Azur! ¡El Azur! ¡El Azur!»

      Le agradezco el tiempo que dedica a aportar a este blog. Un saludo.

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    2. Pues al final ha conseguido que me anime y que luche contra mis limitaciones en poesía. Me he hecho con una edición bilingue y comentada. Vamos a intentarlo y a tratar de aproximarme algo más al verso.

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    3. Créame que me hace ilusión que pase por «Hojas de hierba» y ver sus conclusiones plasmadas en su blog. Ya verá que su estilo es sencillo y que alberga una importante renovación literaria dentro de la cual cabría destacar el amor a la naturaleza y la fraternidad para con todos y con todo; refresca mucho la mente.
      Si sale contento de la lectura, le recomiendo aventurarse con Cavafis. No sé si me equivocaré, pero a juzgar por las apariencias parece que a usted le gusta mucho la historia en general y la cultura clásica en particular. Este poeta se inspira continuamente en el helenismo y sitúa a sus personajes históricos como protagonistas con frecuencia, aventurándose en su perspectiva. A la vez, introduce la soledad más íntima y determinados efluvios de sensualidad muy elegantemente, todo ello en un lenguaje sencillo pero ni mucho menos por ello falto de poder de sugestión. No puedo evitar transcribirle tres doradas muestras:

      «ÍTACA:
      Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
      pide que el camino sea largo,
      lleno de aventuras, lleno de experiencias.
      No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
      ni al colérico Poseidón,
      seres tales jamás hallarás en tu camino,
      si tu pensar es elevado, si selecta
      es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
      Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
      ni al salvaje Poseidón encontrarás,
      si no los llevas dentro de tu alma,
      si no los yergue tu alma ante ti.

      Pídele que el camino sea largo.
      Que sean muchas las mañanas de verano
      en que llegues –¡con qué placer y alegría!–
      a puertos antes nunca vistos.
      Detente en los emporios de Fenicia
      y hazte con hermosas mercancías,
      nácar y coral, ámbar y ébano
      y toda suerte de perfumes sensuales,
      cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
      Ve a muchas ciudades egipcias
      a aprender, a aprender de sus sabios.

      Ten siempre a Ítaca en tu mente.
      Llegar aquí es tu destino.
      Mas no apresures nunca el viaje.
      Mejor que dure muchos años
      y atracar, viejo ya, en la isla,
      enriquecido de cuanto ganaste en el camino
      sin aguardar a que Ítaca te enriquezca.

      Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
      Sin ella no habrías emprendido el camino.
      Pero no tiene ya nada que darte.

      Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
      Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
      entenderás ya que significan las Ítacas.»

      «VUELVE
      Vuelve muchas veces y tómame,
      sensación amada vuelve y tómame–
      cuando el recuerdo del cuerpo despierta
      y un viejo deseo recorre la sangre;
      cuando los labios y la piel recuerdan
      y sienten las manos como si de nuevo palparan.
      Vuelve muchas veces y tómame en la noche,
      cuando los labios y la piel recuerdan...»

      «LA BATALLA DE MAGNESIA
      Perdió su viejo ímpetu, su coraje.
      De su cuerpo cansado, enfermo casi,

      tendrá sólo cuidados. Y la vida
      que le resta la pasará sereno. Eso Filipo

      pretende al menos. Esta noche, juega a los dados;
      tiene ganas de distracción. Poned muchas rosas

      en la mesa. Qué importa la derrota
      de Antíoco en Magnesia. Dicen que triturada

      fue la flor y nata de su espléndida tropa.
      Puede que exageren; no todo será verdad.

      ¡Ojalá! Pues aunque enemiga, la estirpe era una sola.
      En cualquier caso basta un «ojalá». Quizá sea mucho.

      Filipo, seguro, no suspenderá la fiesta.
      Por mucho que haya sido el hastío de su vida,

      algo bueno ha conservado, no le falta desde luego la memoria.
      Recuerda cuánto lloraron en Siria, qué inmenso dolor,

      cuando barrieron a su madre, Macedonia.
      ¡Empiece el banquete! ¡Esclavos: música, antorchas!»


      Ojalá su lectura le sea provechosa. Un saludo.

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