domingo, 3 de agosto de 2014

«Penas del joven Werther» de Goethe.

El Romanticismo quedó inaugurado con un concentrado y bello compendio de su ideario en forma de novela epistolar

Antes de nada...


En el caso de que el lector no creyese conveniente leer el análisis entero, recuerdo que al final de la entrada existe una conclusión a modo de breve reseña literaria.

El análisis no contiene spoilers, si bien es cierto que se dejan entrever ciertos sucesos elementales que, por otra parte, son de sobra conocidos en clásicos como el presente (en mi volumen se destripa en el mismo prólogo el final de la trama a razón de esto que digo). Trato de ceñirme al carácter de la obra y el de sus personajes, también las impresiones que me han causado.


Algunas partes del análisis no se entenderán bien hasta que no se haya leído la obra.

También tenéis la opción de tirar de las líneas remarcadas para saltar directamente a las zonas que he considerado importantes.


La primera imagen corresponde a la versión de la obra que yo mismo he empleado para la lectura.

Agradezco cualquier impresión o corrección. Un saludo.


Análisis:


Este volumen ha dejado matices confusos en mi ánimo. Una vez más, veo claro, que las obras máximas de la literatura universal no se leen a la manera convencional. Lo único que queda es una sensación, una imagen, inalcanzable mediante un mero estudio o resumen –por excelente que sea– del libro. Puede que esto ya sea suficiente en cierto modo. Lo que sí es obvio es que son obras que pueden releerse cinco veces, y sólo habrás precisado más, progresivamente, los trazos de tu imagen. Para entender estos libros con completa justicia, no menos sería necesario que mantener en la cabeza cada una de sus frases al mismo tiempo.



Edición 2012 de Alianza (diseño de cubierta: Manuel Estrada).



Quizá esté demasiado maduro para el romanticismo o, al menos, para este tipo de romanticismo tan típico, el amor entre un joven y una joven: tratado a todos los niveles desde que el hombre es hombre. Ahí están los celebérrimos «Romeo y Julieta», «Tristán e Isolda», etc. Cambias de lugar tres elementos, y todo parece incluso novedoso…; se trata, en efecto, del primer libro romántico, su primer trueno quejumbroso. Pero lo que está claro es que el Romanticismo no lo inventó ni el movimiento literario del mismo nombre ni ningún Goethe. También he pensado en lo siguiente: quizá es que yo esté ya –a pesar de mi juventud– demasiado estropeado, demasiado duro, frío, insensible; incluso frívolo. ¿Tendré que luchar contra todo para volver a aprender a sentir sin miedo a morir en el intento, como a Werther le sucede? Aunque sí quedé satisfecho con las descripciones que hacía, sobre todo de los paisajes. No es que provocaran en mí grandes sensaciones, pero es de alabar la experta sensibilidad y marcada pericia descriptiva del autor.

Comencé el libro con la intención de hallar algo con lo que sentirme identificado. ¡Yo, que en mi adolescencia leía un libro vorazmente en cuanto parecía asomar un leve asomo de romance! ¿Cómo no iba a sentirme identificado con esta insignia irreprochable? ¡Yo que sé bien lo que es el amor idealizado; que supe mejor que bien lo que eran los celos, la angustia febril, la desesperación, la confusión estranguladora, la obsesión fatal, la impotencia ante el destino irreparable! La cosa salió al revés. No sé si fue culpa mía, o quizá del autor. No lo sé. El caso es que se clavó el escepticismo en mi criterio ya desde las primeras páginas. Supongo que mucha racionalización he adoptado yo como método de salvación. ¿He de pensar que Werher fue más valiente que yo, que casi todos nosotros, o que, al menos, sí fue más íntegro, puro, leal…? Yo negué junto a Alberto su defensa del suicidio. ¿Cómo comparar la muerte por suicidio con la muerte por enfermedad? Un agente inaccesible por nosotros es la enfermedad; la crisis espiritual, en cambio, no es ajena a nosotros, muy al contrario: es enteramente nuestra, y sólo nos compete a nosotros. Se ha de superar esta crisis, y para ello ha uno de endurecerse. Pero, ¿qué es lo que sobrevive? ¿Sobrevive, en verdad, algo digno de consideración? ¿Se puede tachar verdaderamente de débil, de cobarde, de incontrolado, de infantil a Werther? ¿No será que, muy en nuestro fondo, tenemos rabia hacia su pureza, deseamos convencernos de nuestra superioridad y de lo acertado de nuestra decisión? ¿Vale más una piedra que una ondulante flor por el hecho de ser más dura, constante y duradera? Werther ve una armonía superior, definitiva. Él no toma su decisión, en última instancia, porque Carlota no le corresponda, sino porque el mundo no le deja ser, no le deja vivir; él intenta dejarse llevar por las convenciones en un momento, pero muy rápidamente se da cuenta de la tontería y huye hacia sus pasiones de nuevo. Es el mundo el que le asfixia, el que le "prohíbe" vivir. ¿Está Werther equivocado, o lo está el resto del planeta? Sin duda, un mundo habitado de espíritus sensibles y nobles sería un cielo en la tierra. ¿No es esto una utopía ñoña más? ¿Volvemos al escepticismo? ¿Quién demonios lo sabe aún?

Durante los primeros dos tercios del libro, he tenido serias dudas respecto a Carlota. Werther la describe de manera desesperantemente tenue, por muy chocante que pueda parecer esto. Alude sólo a rasgos magníficos, demasiado usados como para encontrar algo con voz propia que nos agarre de la mano para que lo acompañemos en paseo; muchas veces ni siquiera acaba o empieza la descripción, sino que se rinde ante su incapacidad de plasmar con palabras su visión. Llegamos aquí a un punto interesante: ¿hasta qué punto debemos de fiarnos de Werther? Es más, ¿por qué deberíamos fiarnos de él? Se entiende enseguida a Carlota. Incluso ella, que es caracterizada con afinidades sensibles y afán noble, honesto y justo, no puede eludir a su amor que «es injusto respecto a lo que no ama». Al final queda claro, podría haber llegado a amar ardorosamente a Werther, de hecho siempre hubo una brasa de aliento estoico en su corazón… A Alberto le estima sobremanera, le quiere, le respeta de manera incondicional. Pero no le ama. ¿Cómo se puede ser tan natural e ingenuamente fría? Y ella misma parece reconocer lo mucho que valora el bienestar que le proporciona y asegurará Alberto, dada su posición y su propio carácter templado, reflexivo, generoso. Carlota sabe que Werther se muere por ella y, aún así, le sigue colocando la miel en sus labios, seguía tocando el clave a sus oídos. No se da cuenta que la intensa amistad que se profesaban exigía de ella una decisión inamovible, por mucho sufrimiento que les causara a los dos. Era la única forma de salvar a su amigo, de asegurar la posibilidad de un futuro. Ella no quería, le necesitaba cerca, le requería para «llenar un hueco insustituible». Se trata de un ser liviano que no puede soportar prescindir de sus apoyos, por mucho que los quiera, por mucho que los maltrate. ¿No son las muletas, en última instancia, más que unas meras herramientas? Temblando entregó las pistolas al criado, la inacción empujaba a su ánimo una vez más.


«Leyendo el Werther» de Wilhelm Amberg (1870).


Werther se precipita en su sentimentalismo radical, en su necesidad de idealizarlo todo. Cree que Carlota es un ser divino, que es la definición de perfección…, y no se da cuenta que la perfección es él, y ninguno otro. Sin embargo, ¿por qué debería costarle esta irreflexión la existencia? La desesperación final es clara y acorde su decisión, pero no tan diáfana es la progresión hacia esa desesperación. Hay muchos pasos intermedios, bien, ¿dónde están? Es como si transcurriera del portal al piso sin pasar por las escaleras o el ascensor. El instinto de conservación del ser humano es demasiado poderoso, demasiado dominante como para ceder así como así. En cuestión de poco más de un año un alma no puede asir lógicas suficientes como para destruir uno de los instintos más arraigados y fuertes. Además, considérese la situación de Werther: acomodado, con buenos y bien situados amigos, atendido por criados, sin deudas, sin carencias, generalmente ocioso y libre de hacer lo que le plazca con su vida. ¿Un solo incendio bastó para quemar su mundo entero? ¿Entero? Me parece algo demasiado radical, demasiado improbable; además, Werther es muy inteligente, y él mismo advierte sus contradicciones y plantea posibilidades filosóficas no afines a él pero que duda seriamente si aceptar como loables. Werther no puede evitar enfrentarse al realismo, y no siempre lo hace, sino que lo deja en el aire sin saber muy bien por qué decantarse –si bien es obvio que su corazón impone siempre su voluntad unidireccional–. Werther es un ser excepcional, increíblemente raro de hallar. Werther es, a grandes rasgos, un genio, es, ni más ni menos, que Goethe. En el propio personaje se vislumbra con meridiana claridad las inseguridades del autor respecto a su propio talento. Parece querer enfrentarse al mundo, sabe que no tiene razón, pero también sabe que la lleva o, mejor dicho, que la podría llevar, es más, que la debería llevar. 

Bien Goethe, nos has dicho lo que eres, y no podemos reprocharte casi nada. Pero, ¿qué es el mundo? ¿Qué es el ser humano? ¿El amor? Eso es realismo, eso es «La sonata a Kreutzer» de Tolstói. Es tan penoso, mezquino, decepcionante y estúpido como eso. Pero es que el ser humano es, por lo común, penoso, mezquino, decepcionante y estúpido. Yo a estas alturas me confieso aún como un espíritu, en suficiente medida, romántico; al menos, sobrevive un corazón sensible y entregado –hasta cierto punto afín al del propio Werther–, pero muy discreto, muy escondido y callado. Sólo en momentos muy puntuales despierta. El realismo se ha impuesto fuerte y arraigadamente en mi perspectivismo vital, y no parece que vaya a cambiar mucho esta situación. Pero uno no puede matarse en ese sentido, eso sería malograrse, olvidarse de sí mismo, enterrar el aliento de la pasión, su significado. Por eso mi romanticismo despierta con fuerza cuando se me engaña bien: en una historia de amor muy sufrida, trágica, rodeada de hechos y contexto realistas. En lo referido a la literatura, tengo el caso perfecto: Raskolnikov con Sónya en «Crimen y castigo».

Lo primero es sentirte identificado, para ello tienes que creer –y no meramente prestar “fe” en un acto, en mi caso, de imposible concesión infantil–, tienes que verlo factible. La palabra no sería “encajar”. No hay nada que encajar, no hay nada forzado, simplemente ocurre, como podría pasarte e ti en cualquier momento. Sucede, tiene sentido, así evoluciona, toda tragedia podrá tener sentido, incluso podría llegar a ser propicia. Esto queda plasmado de la mejor manera posible en el caso citado: Raskolnikov y Sónya. Sin embargo, todo esto no me lo ha podido sugerir Werther y su Carlota. Y digo “suya”, porque ni siquiera uno puede tener la certeza para asegurar que, verdaderamente, esa Carlota exista, y no había en ella mucho invento de la representación del propio Werther. Quizá me ha faltado relajar hasta el último punto de mi mente, “afinarme” como un violín, ponerme en situación. Y a decir verdad, y para que se entienda lo que con esto quiero decir. Donde esté «Noches blancas»...



Johann Wolfgang von Goethe en 1787.



Conclusiones:

No solo es el principal impulso del origen del Romanticismo, sino una defensa de sus puntos clave, sus valores, su filosofía. Werther es un joven que disfruta de la contemplación de la naturaleza y de las gentes, y comparte estas experiencias mediante cartas dirigidas a un amigo (que se convierte para siempre en el lector universal). Parece que está alcanzando un estado de sintonía, de cálida fusión con el mundo que le rodea, pero el amor aparece en su vida y no hallará consuelo salvo cuando esté cerca de él.

Si bien se agradece la gran sensibilidad de Goethe, las excelentes descripciones –con unos aromas poéticos de la máxima categoría–, incluso la singular perspectiva vital del protagonista, eternamente hundido en la afectación más exaltada, existen determinados aspectos que me resultaron incómodos. El problema surge en la ingenuidad de las reflexiones y los valores, a veces admisibles por las visiones artísticas que ofrecen, otras, en cambio, derivan al infantilismo. La enorme subjetividad de Werther nos obliga a ponernos en su lugar, pero a veces podremos llegar a ser reacios. Sus exageradas maneras, su volubilidad y su exaltación insaciable e incurable, pueden hacernos desesperar si no compartimos una afinidad por tales comportamientos. En mi opinión, despierta mayor sentimiento "romántico" en el corazón juicioso, por ejemplo, «Noches blancas» de Dostoievski que el presente volumen. 

No está mal, pero tampoco lo suficientemente bien. A mi juicio –sin ánimo de parecer injusto– no llega a ser imprescindible, aunque como insignia del Romanticismo es evidente que se trata de una referencia útil.

2 comentarios:

  1. Al verlo con los ojos de nuestra época sí se le puede considerar frívolo, sin duda, y su valor es, como también usted indica, más conceptual que puramente intrínseco. ¿Sabe quién era un incondicional de la obra y todo un experto? Napoleón.

    Que tenga un feliz 2015 y que siga leyendo de todo (que aunque aquí usted no lo muestre, me consta leyendo entre líneas que es así) para poder ver cosas como la línea que une a Games Workshop con Shakespeare a través de Moorcock, por ejemplo. ;op

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    1. No tenía ni idea de que Napoleón fuera devoto de «Las penas del joven Werther», la verdad es que es una afinidad que me resulta sorprendente. En cuanto al libro, no fue una experiencia precisamente trepidante aunque tenga detalles interesantes sobre todo en lo referido a la habilidad descriptiva del autor; si lo hubiera leído siendo adolescente probablemente habría obtenido más grata experiencia.
      He de reconocer mi tozudez lectora: siendo niño y adolescente no me moví de la literatura fantástica y estos últimos dos años –tras cinco casi vacíos– me he dedicado a un atracón casi obsesivo de clásicos que dudo tarde poco en diluirse; no sé hasta qué punto me estaré apartando de lo conveniente.
      Por desgracia, los paralelismos que saco son muy escasos, y ello denota mi manifiesta mediocridad como lector, circunstancia que trato día a día de remedar en lo posible.
      Gracias por su aportación. Un saludo (¡y ojalá este 2015 reseñe a Dostoievski y a Whitman!).

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