En un lenguaje muy sencillo asistimos a una poderosa y bellísima metáfora sobre la vida humana y su enfrentamiento con la naturaleza y el orden del universo
Antes de nada...
El análisis no contiene spoilers. Aún con eso, se exponen unos pocos fragmentos del texto que, dada la brevedad de la obra, puede dejar traslucir su esencia en diferentes partes. Si el lector quisiera toparse con estas sensaciones "por sorpresa", no recomendaría la lectura del análisis, aunque en principio no habría el mayor problema, pues dicha cuestión no desmerece en absoluto el interés por la lectura.
Si el lector no se encontrara dispuesto a leer el análisis entero, al final de la entrada se incluye una conclusión que puede tomarse perfectamente como reseña literaria.
También está la opción de tirar de las líneas remarcadas para saltar directamente a las zonas que he considerado importantes.
La primera imagen corresponde a la edición de la obra que yo mismo he empleado para la lectura.
Agradezco cualquier impresión o corrección. Saludos.
Análisis:
La edición de la editorial Lumen que
adquirí no era precisamente barata, y se anunciaba en la contraportada que la
traducción correspondía al coste. Así pues, no lo dudé frente a la edición
Debolsillo (que menuda fama tienen), y no he visto decepcionadas mis
expectativas en lo más mínimo a este respecto. Veréis que cuando uno se sale de
esas editoriales “buenas, bonitas y baratas”, que vienen a ser Alianza y
Cátedra en lo referente a clásicos, es en muchas ocasiones difícil encontrar
una oferta en la que se aúnen calidad de traducción –en los clásicos
concretamente es esencial– y asequibilidad de precios. Yo, personalmente,
prefiero en estos casos ir a la edición más cara del libro para apostar sobre
seguro.
Una vez hecho el elogio a Lumen, sitúo al
lector en la trama. En esta breve novela, situada en Cuba, el viejo pescador
Santiago, cansado de su mala racha en la pesca (ochenta y cinco días sin
resultados), decide zarpar en solitario mar adentro, en lucha por su dignidad,
enfrentándose a su vejez y a su fracaso. En las profundidades un pez morderá el
anzuelo. Ahí comenzará su prueba final.
Hemingway crea una poderosa metáfora
sobre la vida, sobre la supervivencia, sobre las leyes naturales; también sobre
la dignidad y entereza humana frente a su destino definitivo. La vejez, los
elementos, la fuerza tenaz que le arrastra a las profundidades, nada es
suficiente para quebrantar el espíritu del pescador, que está dispuesto a dar
hasta su última brizna de energía, hasta su último aliento. A pesar de que las
dudas revolotean en su conciencia, las aparta siempre con determinación: el
fracaso es algo que no admite. Así, él mismo asevera que «El hombre no está
hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado.»
Es un canto a la fuerza de la humanidad,
una epopeya sobre su orgullo, dignidad, resistencia ante la resignación. Pero
también sobre la soledad que sufre siempre, en última instancia, en medio de
las acometidas de los grandes sufrimientos; en las tensiones que ejercen los
máximos retos de la vida sobre cada músculo y pensamiento. Santiago no tiene la fuerza
física suficiente, pero sí reúne decisión, pericia y las herramientas
pertinentes. En un entorno salvaje y complicado como el mar él pervive contra
los elementos que le superan en fuerza gracias a las herramientas universales
del hombre. Él dice al matar un tiburón: «El dentusco es cruel y capaz y fuerte
e inteligente. Pero yo fui más inteligente que él. Quizá no. Acaso estuviera
solamente mejor armado.»
Si bien la novela, por otra parte, puede
decepcionar levemente en las primeras páginas, va de menos a más hasta que, aproximadamente por la mitad, atrapa al lector, que presumiblemente canalizará y
absorberá las fuertes sensaciones de la obra en las últimas páginas. Porque «El
viejo y el mar» es un libro en el que las conclusiones concretas –entre las que
podemos destacar, quizá, las que he dado arriba– son complicadas de
exteriorizar. Lo que queda tras la lectura son, sobre todo, sensaciones:
melancolía y resignación, pero también una valiosa lección de entereza,
esfuerzo, lucha sin tregua, orgullo. A cada cosa le corresponde ser lo que es, ineludiblemente y a pesar de todo, hasta el final.
El lenguaje empleado es directo y llano.
Las descripciones no son fastuosas, pero en su sencillez albergan en muchas
ocasiones una belleza muy agradable. Hemingway maneja muy bien los términos
marinos, los tipos de peces, la vida y herramientas del pescador –él era un gran
aficionado–, el mar. En este sentido creo que es difícil encontrar un autor tan
bueno, de lo mejor junto a Melville y Conrad. Si juntamos la accesibilidad de
su lenguaje con su escaso centenar de páginas, considero que se trata de una
obra perfecta para ser leída por cualquiera, al margen de que le gusten o no
los clásicos.
El protagonista, como ya se puede
imaginar, bravo y tenaz como un guerrero, que ignora cualquier inconveniente o
dolor por intenso que sea con tal de cumplir su misión existencial, no es un
personaje que destaque por una inteligencia sofisticada al estilo Julián Sorel,
pero sí posee una intuición y una noción de sintonía con la naturaleza y su
labor extraordinarias. Esa experiencia de la vejez, esa templada veteranía, se
retrata muy bien. En sus frecuentes soliloquios en su solitaria barca, hallamos
las improvisadas disertaciones de un hombre veterano que analiza lo que le
sugiere lo extremado de su situación; llega a encararse hacia el aliento de la
muerte, hacia lo inexorable del fracaso, contra la naturaleza entera con toda
su subyugante potencia, contra el fin de su propia vida. El amor que siente
hacia el mar, hacia su oficio, hacia su razón de ser, es tan fuerte que no
siente miedo hacia absolutamente nada. No tolera perder, pero al final
entiende, aprende a perder: comprende que la derrota no ha por qué ser mala,
incluso viene bien.
A pesar de la tercera persona omnisciente,
es fácil por sus pensamientos, pronunciados y sin pronunciar, introducirse en
sus matices psicológicos. En el transcurso de la novela empatizamos fuertemente
con él y sufrimos a su par, reaccionamos de similar manera ante sus conquistas
e infortunios.
¿Es él el que arrastra al pez, o es el
pez el que tira del pescador? ¿Es la suerte algo que se espera o algo que se
busca? Y es que al final todos cometemos de manera inevitable el bendito error
de adentrarnos demasiado en el mar: penetrar en los límites de nuestra
capacidad. Las penalidades que es capaz de soportar un hombre constituyen su
posición, sus más diáfanos blasones, la dureza y el valor de su espíritu. Pero
existe también una actitud hacia la vida, la manera justa de interpretar las
fuerzas que la componen; como dice Santiago: «Me estás matando, pez. Pero
tienes derecho. Hermano, jamás en mi vida he visto cosa más grande, ni más
hermosa, ni más tranquila ni más noble que tú. Vamos, ven a matarme. No me
importa quién mate a quién.»
“Todo lo que sube tiene que bajar”, ahí
el famoso refrán, Hemingway lo plasma de manera imperecedera en el presente
clásico. La victoria y el fracaso, la vida y la muerte: son elementos que,
íntimamente agarrados de la mano, bailan juntos.
La vida es como ese mar, sólo de nosotros
depende qué clase de pescadores seremos. Yo, decididamente, me quedo con
Santiago. Me refiero a esto:
«(…) Dios mío, no sabía que fuese tan grande. Aún así lo mataré –dijo–. Pese a toda su gloria y su grandeza.
Aunque sea injusto, pensó. Le demostraré lo que es capaz de hacer y soportar un hombre.
–Le dije al chico que yo soy un viejo muy raro –dijo–. Ahora es cuando debo probarlo.
Las mil ocasiones en que lo había probado antes no significaban nada. Ahora iba a demostrarlo una vez más. Cada ocasión era diferente y nunca pensaba en el pasado cuando lo hacía.»
«Cogió todo su dolor, las fuerzas que le quedaban y el orgullo que había perdido hacía tiempo y lo enfrentó a la agonía del pez, que se acercó al costado del bote y nadó tranquilamente a su lado (…), largo, serio, ancho, plateado y listado de púrpura e interminable en el agua.»
«(…) Dios mío, no sabía que fuese tan grande. Aún así lo mataré –dijo–. Pese a toda su gloria y su grandeza.
Aunque sea injusto, pensó. Le demostraré lo que es capaz de hacer y soportar un hombre.
–Le dije al chico que yo soy un viejo muy raro –dijo–. Ahora es cuando debo probarlo.
Las mil ocasiones en que lo había probado antes no significaban nada. Ahora iba a demostrarlo una vez más. Cada ocasión era diferente y nunca pensaba en el pasado cuando lo hacía.»
«Cogió todo su dolor, las fuerzas que le quedaban y el orgullo que había perdido hacía tiempo y lo enfrentó a la agonía del pez, que se acercó al costado del bote y nadó tranquilamente a su lado (…), largo, serio, ancho, plateado y listado de púrpura e interminable en el agua.»
No termino sin destacar la imagen, casi
onírica, de los leones en la playa en el recuerdo del valiente pescador. No sé
lo que significa, no he podido dilucidarlo porque su inclusión no sólo no
parece tener conexión lógica con la esencia de la trama sino que está rodeada
de demasiada ambigüedad. Quizá, y lo digo desde la más absoluta subjetividad,
pueda representarse como un signo de dorada determinación, una alusión a la
fiereza, a la nobleza. La he sentido como una metafórica estampa de lo sublime
de la naturaleza, influyendo en el propio espíritu del pescador, que bien
cabría considerarlo enteramente afín a la esencia que nos puede suscitar la
orgullosa figura del león.
He podido leer críticas negativas hacia
«El viejo y el mar». Básicamente, defienden que la obra posee un argumento que
cabría plasmar en el espacio de un breve relato, pero que Hemingway lo alarga
innecesariamente; que es aburrido e incluso insustancial. Que lo único que
empuja a leerlo son los rifirrafes del protagonista y, sobre todo, el hecho de
pensar constantemente que sólo son cien páginas de sufrimiento. En definitiva,
que es un coñazo, breve, pero coñazo a fin de cuentas, de libro sobrevalorado. Yo, como habéis
podido ver, no comparto esta línea en absoluto. Está claro que no es «Guerra y
paz» ni «Crimen y castigo», vale, pero es sensible, bello, útil y, por
supuesto, perfectamente a la altura de su puesto de clásico universal. Existe un corto animado de Aleksandr Petrov que, por su corta duración, apenas capta un puñado de rasgos, pero puede ser idónea para el que quiera un repaso rápido de la obra:
Dadle una oportunidad, estoy convencido
que la merece. A mí me ha parecido que indudablemente su aparente sencillez
encierra un significado de la máxima importancia.
Conclusiones:
Es complicado sacar conclusiones concretas de este bellísimo artefacto literario. Al terminar, la mayoría son sensaciones; pero ni siquiera en estas se puede concretar demasiado. Melancolía y resignación por un lado, pero orgullo y regia entereza por el otro. La visión de la derrota inevitable en última instancia pero, aún con eso, luchar, luchar a cualquier coste, hasta la muerte si es preciso.
«El viejo y el mar» es un vuelo a ras del mar, que Hemingway nos revela como un reflejo de la vida, como una miríada de expresiones bellas a la par que terribles, generosas a la vez que descarnadas, amigas y también enemigas. Como nos quiere decir Santiago, la suerte es algo que se compra en la insistencia del intento.
El lenguaje es llano y directo. El primer cuarto de obra puede decepcionar un poco, pero enseguida encandila: va de menos a más hasta que te atrapa sin remedio.
Estoy seguro de no haber sentido nunca una metáfora tan poderosa –o como mínimo bella– sobre la vida y la supervivencia, pero también sobre el sentido natural y sobre la dignidad del ser humano frente a su destino.
No os lo perdáis.
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