lunes, 15 de septiembre de 2014

«El viejo y el mar» de Hemingway.

En un lenguaje muy sencillo asistimos a una poderosa y bellísima metáfora sobre la vida humana y su enfrentamiento con la naturaleza y el orden del universo

Antes de nada...


El análisis no contiene spoilers. Aún con eso, se exponen unos pocos fragmentos del texto que, dada la brevedad de la obra, puede dejar traslucir su esencia en diferentes partes. Si el lector quisiera toparse con estas sensaciones "por sorpresa", no recomendaría la lectura del análisis, aunque en principio no habría el mayor problema, pues dicha cuestión no desmerece en absoluto el interés por la lectura.

Si el lector no se encontrara dispuesto a leer el análisis entero, al final de la entrada se incluye una conclusión que puede tomarse perfectamente como reseña literaria. 

También está la opción de tirar de las líneas remarcadas para saltar directamente a las zonas que he considerado importantes.

La primera imagen corresponde a la edición de la obra que yo mismo he empleado para la lectura.

Agradezco cualquier impresión o corrección. Saludos.


Análisis:


La edición de la editorial Lumen que adquirí no era precisamente barata, y se anunciaba en la contraportada que la traducción correspondía al coste. Así pues, no lo dudé frente a la edición Debolsillo (que menuda fama tienen), y no he visto decepcionadas mis expectativas en lo más mínimo a este respecto. Veréis que cuando uno se sale de esas editoriales “buenas, bonitas y baratas”, que vienen a ser Alianza y Cátedra en lo referente a clásicos, es en muchas ocasiones difícil encontrar una oferta en la que se aúnen calidad de traducción –en los clásicos concretamente es esencial– y asequibilidad de precios. Yo, personalmente, prefiero en estos casos ir a la edición más cara del libro para apostar sobre seguro.



Edición 2014 de Lumen.



Una vez hecho el elogio a Lumen, sitúo al lector en la trama. En esta breve novela, situada en Cuba, el viejo pescador Santiago, cansado de su mala racha en la pesca (ochenta y cinco días sin resultados), decide zarpar en solitario mar adentro, en lucha por su dignidad, enfrentándose a su vejez y a su fracaso. En las profundidades un pez morderá el anzuelo. Ahí comenzará su prueba final.

Hemingway crea una poderosa metáfora sobre la vida, sobre la supervivencia, sobre las leyes naturales; también sobre la dignidad y entereza humana frente a su destino definitivo. La vejez, los elementos, la fuerza tenaz que le arrastra a las profundidades, nada es suficiente para quebrantar el espíritu del pescador, que está dispuesto a dar hasta su última brizna de energía, hasta su último aliento. A pesar de que las dudas revolotean en su conciencia, las aparta siempre con determinación: el fracaso es algo que no admite. Así, él mismo asevera que «El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado.»

Es un canto a la fuerza de la humanidad, una epopeya sobre su orgullo, dignidad, resistencia ante la resignación. Pero también sobre la soledad que sufre siempre, en última instancia, en medio de las acometidas de los grandes sufrimientos; en las tensiones que ejercen los máximos retos de la vida sobre cada músculo y pensamiento. Santiago no tiene la fuerza física suficiente, pero sí reúne decisión, pericia y las herramientas pertinentes. En un entorno salvaje y complicado como el mar él pervive contra los elementos que le superan en fuerza gracias a las herramientas universales del hombre. Él dice al matar un tiburón: «El dentusco es cruel y capaz y fuerte e inteligente. Pero yo fui más inteligente que él. Quizá no. Acaso estuviera solamente mejor armado.»

Si bien la novela, por otra parte, puede decepcionar levemente en las primeras páginas, va de menos a más hasta que, aproximadamente por la mitad, atrapa al lector, que presumiblemente canalizará y absorberá las fuertes sensaciones de la obra en las últimas páginas. Porque «El viejo y el mar» es un libro en el que las conclusiones concretas –entre las que podemos destacar, quizá, las que he dado arriba– son complicadas de exteriorizar. Lo que queda tras la lectura son, sobre todo, sensaciones: melancolía y resignación, pero también una valiosa lección de entereza, esfuerzo, lucha sin tregua, orgullo. A cada cosa le corresponde ser lo que es, ineludiblemente y a pesar de todo, hasta el final.

El lenguaje empleado es directo y llano. Las descripciones no son fastuosas, pero en su sencillez albergan en muchas ocasiones una belleza muy agradable. Hemingway maneja muy bien los términos marinos, los tipos de peces, la vida y herramientas del pescador –él era un gran aficionado–, el mar. En este sentido creo que es difícil encontrar un autor tan bueno, de lo mejor junto a Melville y Conrad. Si juntamos la accesibilidad de su lenguaje con su escaso centenar de páginas, considero que se trata de una obra perfecta para ser leída por cualquiera, al margen de que le gusten o no los clásicos.




No tengo ni idea de quién es el autor pero me gusta mucho.



El protagonista, como ya se puede imaginar, bravo y tenaz como un guerrero, que ignora cualquier inconveniente o dolor por intenso que sea con tal de cumplir su misión existencial, no es un personaje que destaque por una inteligencia sofisticada al estilo Julián Sorel, pero sí posee una intuición y una noción de sintonía con la naturaleza y su labor extraordinarias. Esa experiencia de la vejez, esa templada veteranía, se retrata muy bien. En sus frecuentes soliloquios en su solitaria barca, hallamos las improvisadas disertaciones de un hombre veterano que analiza lo que le sugiere lo extremado de su situación; llega a encararse hacia el aliento de la muerte, hacia lo inexorable del fracaso, contra la naturaleza entera con toda su subyugante potencia, contra el fin de su propia vida. El amor que siente hacia el mar, hacia su oficio, hacia su razón de ser, es tan fuerte que no siente miedo hacia absolutamente nada. No tolera perder, pero al final entiende, aprende a perder: comprende que la derrota no ha por qué ser mala, incluso viene bien.

A pesar de la tercera persona omnisciente, es fácil por sus pensamientos, pronunciados y sin pronunciar, introducirse en sus matices psicológicos. En el transcurso de la novela empatizamos fuertemente con él y sufrimos a su par, reaccionamos de similar manera ante sus conquistas e infortunios.

¿Es él el que arrastra al pez, o es el pez el que tira del pescador? ¿Es la suerte algo que se espera o algo que se busca? Y es que al final todos cometemos de manera inevitable el bendito error de adentrarnos demasiado en el mar: penetrar en los límites de nuestra capacidad. Las penalidades que es capaz de soportar un hombre constituyen su posición, sus más diáfanos blasones, la dureza y el valor de su espíritu. Pero existe también una actitud hacia la vida, la manera justa de interpretar las fuerzas que la componen; como dice Santiago: «Me estás matando, pez. Pero tienes derecho. Hermano, jamás en mi vida he visto cosa más grande, ni más hermosa, ni más tranquila ni más noble que tú. Vamos, ven a matarme. No me importa quién mate a quién.»

“Todo lo que sube tiene que bajar”, ahí el famoso refrán, Hemingway lo plasma de manera imperecedera en el presente clásico. La victoria y el fracaso, la vida y la muerte: son elementos que, íntimamente agarrados de la mano, bailan juntos.

La vida es como ese mar, sólo de nosotros depende qué clase de pescadores seremos. Yo, decididamente, me quedo con Santiago. Me refiero a esto:


«(…) Dios mío, no sabía que fuese tan grande. Aún así lo mataré –dijo–. Pese a toda su gloria y su grandeza.
Aunque sea injusto, pensó. Le demostraré lo que es capaz de hacer y soportar un hombre.
–Le dije al chico que yo soy un viejo muy raro –dijo–. Ahora es cuando debo probarlo.
Las mil ocasiones en que lo había probado antes no significaban nada. Ahora iba a demostrarlo una vez más. Cada ocasión era diferente y nunca pensaba en el pasado cuando lo hacía.»


«Cogió todo su dolor, las fuerzas que le quedaban y el orgullo que había perdido hacía tiempo y lo enfrentó a la agonía del pez, que se acercó al costado del bote y nadó tranquilamente a su lado (…), largo, serio, ancho, plateado y listado de púrpura e interminable en el agua.»


No termino sin destacar la imagen, casi onírica, de los leones en la playa en el recuerdo del valiente pescador. No sé lo que significa, no he podido dilucidarlo porque su inclusión no sólo no parece tener conexión lógica con la esencia de la trama sino que está rodeada de demasiada ambigüedad. Quizá, y lo digo desde la más absoluta subjetividad, pueda representarse como un signo de dorada determinación, una alusión a la fiereza, a la nobleza. La he sentido como una metafórica estampa de lo sublime de la naturaleza, influyendo en el propio espíritu del pescador, que bien cabría considerarlo enteramente afín a la esencia que nos puede suscitar la orgullosa figura del león.



Ernest Hemingway (1899-1961).



He podido leer críticas negativas hacia «El viejo y el mar». Básicamente, defienden que la obra posee un argumento que cabría plasmar en el espacio de un breve relato, pero que Hemingway lo alarga innecesariamente; que es aburrido e incluso insustancial. Que lo único que empuja a leerlo son los rifirrafes del protagonista y, sobre todo, el hecho de pensar constantemente que sólo son cien páginas de sufrimiento. En definitiva, que es un coñazo, breve, pero coñazo a fin de cuentas, de libro sobrevalorado. Yo, como habéis podido ver, no comparto esta línea en absoluto. Está claro que no es «Guerra y paz» ni «Crimen y castigo», vale, pero es sensible, bello, útil y, por supuesto, perfectamente a la altura de su puesto de clásico universal. Existe un corto animado de Aleksandr Petrov que, por su corta duración, apenas capta un puñado de rasgos, pero puede ser idónea para el que quiera un repaso rápido de la obra:








Dadle una oportunidad, estoy convencido que la merece. A mí me ha parecido que indudablemente su aparente sencillez encierra un significado de la máxima importancia.



Conclusiones:



Es complicado sacar conclusiones concretas de este bellísimo artefacto literario. Al terminar, la mayoría son sensaciones; pero ni siquiera en estas se puede concretar demasiado. Melancolía y resignación por un lado, pero orgullo y regia entereza por el otro. La visión de la derrota inevitable en última instancia pero, aún con eso, luchar, luchar a cualquier coste, hasta la muerte si es preciso.



«El viejo y el mar» es un vuelo a ras del mar, que Hemingway nos revela como un reflejo de la vida, como una miríada de expresiones bellas a la par que terribles, generosas a la vez que descarnadas, amigas y también enemigas. Como nos quiere decir Santiago, la suerte es algo que se compra en la insistencia del intento.



El lenguaje es llano y directo. El primer cuarto de obra puede decepcionar un poco, pero enseguida encandila: va de menos a más hasta que te atrapa sin remedio.



Estoy seguro de no haber sentido nunca una metáfora tan poderosa –o como mínimo bella– sobre la vida y la supervivencia, pero también sobre el sentido natural y sobre la dignidad del ser humano frente a su destino.



No os lo perdáis.

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