domingo, 7 de septiembre de 2014

«Isabelle» de Gide.

El protagonista se introduce en un castillo repleto de personajes variopintos para experimentar lo que ocurre cuando idealismo y realidad se encuentran

Antes de nada...

La parte más troncal y relevante del análisis no contiene spoilers, y se emplea el lenguaje con cuidado de tal manera que no arruine ningún detalle interesante de la trama; léase sin ningún problema. Ahora bien, he dejado para el final de dicha sección –después de la fotografía de Gide– un análisis sobre determinada psicología que afecta directamente a una parte del libro que ha de ser descubierta y resuelta por el propio lector; mis comentarios al respecto sólo le arruinarán la lectura de manera innecesaria, pues tampoco los entenderá fielmente sin estar en contexto. Este apartado está, por lo demás, clarísimamente anunciado y delimitado por dos bandas rojas con su correspondiente señalización.

Recuerdo que si el lector no se encontrara dispuesto a leer el análisis entero, hallará una conclusión al final que puede tomarse como breve reseña literaria (justo después de la sección con spoiler, y con el suficiente margen de espaciado para que esta no moleste).

También tenéis la opción de tirar de las líneas remarcadas para saltar directamente a las zonas que he considerado importantes.

La primera imagen incluida corresponde a la edición de la obra que yo mismo he empleado para la lectura –aprovecho para destacar la magnífica labor de diseño llevada a cabo por Manuel Estrada en toda la colección y en portadas como la presente en particular–.

Agradezco cualquier precisión o corrección. Un saludo.


Análisis:

Si bien esta corta novela de Gide posee una trama que divaga por demasiados senderos secundarios antes de concluir en el sentido que verdaderamente le confiere carácter e importancia, no es menos cierto que su estilo atrae de todas las maneras y que la historia en el castillo de la Quartfourche, pese a sus simplezas, posee un atractivo de lo pintoresco que convence sobre todo por la belleza en la manera de relatar de Gide, que mezcla sencillez –estropeada en cierto modo por un abuso de la yuxtaposición– y musicalidad efectiva, particularmente en las descripciones.



Edición 2013 de Alianza (diseño de cubierta –soberbio–: Manuel estrada).


La novela empieza con su personaje principal, Gérard Lacase, entrando con dos amigos a las ruinas de un castillo desvalijado. Ahí se decide, ante la insistencia de los otros, a relatar la historia que vivió tiempo atrás en el castillo y que tanto le impactó. De un hecho aparentemente insignificante –recoger los datos de los que el viejo depresivo Señor Floche dispone en el castillo que serán útiles a Lacase para llevar a cabo su tesis doctoral– se extienden tres temas principales: la dramática situación de un pobre niño desvalido y despreciado, la miseria escondida en una familia que se acerca con exasperación a su ocaso y, el más destacado, la idealización de otra persona en pasión furtiva hasta que ha de enfrentarse ante la muchas veces imprevista –como es el caso– verdad. El quid se inicia cuando Casimir, el niño desvalido que extiende el vínculo hacia Isabelle –eje subyacente de la obra–, le enseña a Lacase un retrato de ésta. Nuestro protagonista queda mágicamente embelesado, y empezará a partir de ahí a indagar sobre esta enigmática mujer que encandila su corazón para averiguar en el proceso, de paso, toda la miseria que esconde la familia.

La personalidad del protagonista es la de un joven de 25 años, algo ingenuo pero culto; educado y concesivo pero ágil e indagador. No es un personaje precisamente legendario, pero eso no le quita su encanto. Aunque mira por sí mismo, deja traslucir una personalidad complaciente que, si es conmovida, deja al descubierto generosidad, empatía, entrega. Se le plasma como sensible, con esa tendencia a fantasear tan propia de la juventud. Me divierte y me son familiares esas conveniencias forzadas en su trato para crear una buena impresión ante esos “adultos” de los que, casi instintivamente, hay que ganarse su buena mirada y consideración, sobre todo si son los huéspedes.

Personalidades del todo entrañables y muy bien caracterizadas el Señor Floche y el pequeño Casimir, que ayudarán mucho a que «Isabelle» se agarre a nuestra conciencia. El abate Santal se muestra frígido y sospechoso, pero pronto se desvela como un hombre agudo que combate el aburrimiento de su estilo de vida y la sobriedad a la que se somete con su curiosidad –en el fondo es un verdadero cotilla– y con su inclinación a picar el orgullo de los que le rodean.

En definitiva, una obra relativamente entretenida que difícilmente se hará pesada, y en la que hallamos una historia original y atractiva con el sello de irreprochable calidad de Gide, que sabe llevarla muy bien como hemos dicho, lo que se termina agradeciendo de veras. «Isabelle», por otro lado, calca una serie de cuestiones respecto al amor que, aunque muchas veces no las confiramos la enorme importancia con la que terminan repercutiendo de un modo u otro en la sociedad y en toda una perspectiva vital dentro de cada individuo, son muy pertinente ser analizadas y tenidas en consideración, sobre todo en la ingenuidad de la juventud, que más fácilmente puede caer en la trampa por ardor y desconocimiento; como le pasa al propio Lacase. Idealizar injustamente, desdeñando de la manera más boba la más clara realidad, a causa de la soledad, del aburrimiento, del hastío circunstancial. ¿A qué puede conllevar esto? A un matrimonio estúpido, a un amorío breve pero de tormentosas consecuencias, o al odio ante el descubrimiento de la realidad, o a la irreversibilidad del error…; a saber, dramas de la máxima gravedad que se han extendido siempre como una plaga corrosiva. Y yo, como joven, lo he sufrido en mis propias carnes. En este sentido, me parece el complemento perfecto de «La sonata a Kreutzer» de Tolstói, que trata el tema de una manera más generalista, incisiva, diáfana, crítica: decisiva. Mientras que Tolstói aborda los resultados del error cometido, «Isabelle» nos describe lo que va antes de ese error. Son dos novelas breves que poseen una utilidad enorme.

No puedo obviar lo bien que se describe tanto el castillo (con su jardín inolvidable y las sensaciones que arranca) como sus habitantes y costumbres. En verdad que el autor logra una excelente inmersión en el lector.



André Gide en 1893.





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INICIO SPOILERS: no leer sin antes haber terminado la obra.
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[INICIO DE SPOILER] Isabelle es un ser estéril, arribista, repugnantemente parasitario. Es una personalidad infantil que sólo se arrima a lo que la producirá un beneficio. Así, le resultan indiferentes tanto su familia como, incluso, su propio hijo. Ella no tiene la más remota idea del significado de «amor», sino que con su afectación y su victimismo extiende las herramientas perfectas para conseguir saciar sus ruines apetencias. En el fondo no la importa nada que no sea ella misma, le da igual con quién estar si éste es capaz de sacarle las castañas del fuego pero, de todas las maneras, el egoísmo de ella lo descartará en el momento en que deje de considerarlo necesario.

No siente verdadera culpabilidad, sino que señala como causa de sus males al destino, no ve en absoluto lo vil que es ni el mal que pueda causar a los que la rodean. Su mente es caprichosa hasta la arcada, inconsecuente e ingenua respecto a su propia crueldad, que sufren los demás.

Es insensible, cobarde y rastrera; literalmente y para resumir lo anterior en una frase, en su mundo sólo existe ella: el resto sólo son meras herramientas de variable utilidad. Lo que sus allegados la quieran le da exactamente igual: su mirada solo apunta al beneficio.



«Los amantes» de William Powell (escena similar a la del final de la novela).



Me repugnó particularmente el gesto que tiene al final con Lacase, en el que le confiesa su insensibilidad sin ningún pudor, sin demostrar un ápice de arrepentimiento o sentimiento de culpabilidad, llorando para defenderse en su victimismo, justificando todos las desgracias que ha causado en la “mala fortuna”.

Para mí Isabelle es el perfecto retrato de todo lo más despreciable que puede albergar una mujer, y eso que sus gestos son descritos de manera directa solo en un puñado de páginas. Gide no necesita más, es de elogiar su capacidad de calcar esa realidad en tan poco espacio.

Y, por favor, que se entienda esto último bien que ya veo al que me interpretará como una especie de “machista” por estas apreciaciones. Mujeres despreciables hay igual que hombres despreciables, la diferencia radica particularmente en las divergencias que extienden ante sí todos esos matices psicológicos que en muchos casos distinguen el comportamiento masculino del femenino y viceversa. De todas maneras, cualquiera que lea la obra comprobará que lo que digo está plenamente justificado, y que verdaderamente gente como Isabelle existe. Gente que con una actitud de aparente fragilidad hallan el camino perfecto para parasitar al huésped ingenuo respecto a este tipo de personalidades, despertando la compasión o la generosidad en su ánimo. Esta Isabelle, por lo demás, se me presenta como un ejemplo perfecto a nivel literario de la tesis de Esther Vilar descrita en «El varón domado».

Pero tampoco quiero sonar más áspero de lo necesario, pues entiendo que todo mal surge en el fondo de la ignorancia, y que hay muy variadas circunstancias para cada persona que la condicionarán enormemente. Lo que no puedo justificar es el "yo" y lo corrosivo que extiende, y más cuando desdeña la ayuda y las correcciones de los demás por generosas y evidentes que sean. [FIN DE SPOILER]






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FIN DE SPOILERS.
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Conclusiones:

Si Tolstói en su «Sonata a Kreutzer» nos describe de manera aguda y generalista la consecuencia de la terrible malinterpretación que se suele hacer del amor, el emparejamiento, la sexualidad y el matrimonio; de manera que conduce a la corrosión, al tormentoso desencanto e incluso a la fatalidad; en «Isabelle» Gide plasma con excelencia lo que ocurre antes de que se cometa dicho error. Hablamos del amor idealizado a causa sobre todo del aburrimiento, del hastío circunstancial, de la incapacidad de afrontar la soledad y lo que ésta exige.

Para ello se sirve de un castillo descuidado y habitado por personajes variopintos y muy bien caracterizados que engancharán al lector. El protagonista, Lacase, un joven de veinticinco años, se adentra en este singular ambiente primero para trabajar su tesis doctoral y después para indagar en las oscuridades de la familia a causa de su fortuito interés hacia una misteriosa mujer, Isabelle.

En definitiva demuestra la memez del amor idealizado, que nos puede llevar a condenar nuestra vida a causa de un capricho que embelesa y adormece la más clara y esencial razón. Luego, claro, la manera en la que este ideal aniñado sufre ante su enfrentamiento con la realidad.

Por lo demás, la obra no se hace pesada en absoluto, sobre todo por la manera en la que Gide lleva la trama. Localización y descripciones de los escenarios siempre en un lenguaje simple y a su vez con una musicalidad muy efectiva.

Me han resultado muy entrañables tanto el niño lisiado, Casimir, como el melancólico Señor Floche. El protagonista, Lacase, por otra parte, es un joven fácilmente reconocible y en cuya perspectiva nos sentiremos a gusto y gratamente entretenidos.

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