viernes, 24 de octubre de 2014

«Edipo Rey» de Sófocles.

Poderosísima tragedia en la que un hombre descubre su fatídica identidad no sin antes pasar por una búsqueda intensa y nada obvia que atrapará al lector

Antes de nada...

Si el lector no se encontrara en la disposición de leer el análisis entero, recuerdo que existe una conclusión al final a modo de reseña literaria. 

Aviso que existen algunos datos que pueden dejar entrever ciertos sucesos en el análisis, que ni mucho menos perjudican el interés por la trama y que, por otra parte, son tan célebres que forman incluso parte de nuestra propia referencia cultural. En cualquier caso, se observará que trato de ceñirme a la personalidad de la obra, lo que me transmitió la lectura, y no de resumir la trama en sí. Si a pesar de todo no deseara el lector se delataran sucesos clave, recomiendo que vaya directamente a la conclusión antes señalada.

También tenéis la opción de tirar de las líneas remarcadas para saltar directamente a las zonas que he considerado importantes.

Tanto los primeros dos párrafos introductorios como la conclusión final son prácticamente idénticos a los que he expuesto en «Áyax» «Las traquinias»«Antígona», dadas sus mismas estructuras e intencionalidad subyacente del autor.

La primera imagen corresponde a la versión del libro que yo mismo he leído.

Agradezco cualquier impresión o corrección. Un saludo.


Análisis:

Ya deduje en la comparación entre las traducciones de «La Odisea» a cargo de las editoriales Alianza y Gredos un cambio omnipresente en las expresiones usadas que, a veces, alteran de manera esencial la interpretación que recogemos del texto. Esto mismo se ha repetido al comparar mi lectura de Alianza con los textos dados en el resumen de la obra en la enciclopedia de literatura universal que poseo; lo que deja en relieve las enormes –a veces insalvables– diferencias que deben subyacer entre las dos lenguas, castellano y griego antiguo.




Edición 2013 de Alianza (diseño de cubierta: Manuel Estrada).



Tras una innecesariamente larga introducción de 56 páginas, con todos esos datos que nunca están de más hasta que te retrasan un día en la lectura de la obra, nos enfrentamos a «Edipo Rey». La traducción pretende mantenerse fiel al estilo griego, de tal manera que las frases se retuercen, se “descolocan”, lo que provoca que para hallarlas significado muchas veces haya que encajar un breve pero molesto rompecabezas, esencialmente en los cantos. Y es precisamente en estos cantos donde la información se vuelve impresionantemente densa, críptica, a veces ininteligible. El traductor, José María Lucas de Dios, dice que en el original griego la impresión es la misma, y esto ayuda a que mi ignorancia no le señale a él como culpable directo de los galimatías que Sófocles nos llega a plantear en determinadas partes. Hasta tal punto, que en ocasiones deberemos fiarnos de nuestro instinto para sacar más sensaciones que conclusiones.

La obra cumbre del autor –pieza clásica por excelencia– me ha parecido sin duda mejor a la anterior leída, «Antígona». No sólo su argumento es más fuerte, original y bien llevado, sino que está escrito con esos tintes “modernos” que ya percibiera –con atino o no– en «La Odisea». De hecho, el lenguaje empleado es casi idéntico a ésta, con la diferencia evidente causada por la temática trágica –frente a la de aventuras en «La Odisea»– y por unas reflexiones más profundas y transcendentes.

Es magnífico que una obra escrita hace más de dos mil cuatrocientos años siga despertando fibras tan eternamente reconocibles: la curiosidad, la morbosidad, la pugna entre razón e instinto, el pasmoso sufrimiento por el crimen cometido de manera inconsciente, el dramático paso de héroe a villano. Los impulsos del protagonista, que le conducen irremediablemente (y a pesar de las advertencias de todo el mundo) a conocer sus orígenes y el modo en el que ha tomado en su ignorancia una vida terriblemente manchada por una vida digna y fructífera, todo ello despierta una sintonía psicológica con la obra: se produce una simbiosis muy especial (si no única) entre lector/espectador y obra, que transcurre a base de esos vaivenes que tanto caracterizan a Sófocles.

A cada paso en la trama –que avanza con una fluidez perfecta– saltan al encuentro nuevas incertidumbres, por cada una resuelta salen dos más sin resolver. No creo que diga una barbaridad cuando afirmo que casi es una trama detectivesca que apunta a la tragedia, todo ello al mejor estilo griego. Pero no por ser antiguo es simple ni predecible: ni mucho menos. Sófocles va dejando pistas y conjeturas con cuentagotas, de tal manera que casi hasta el final no puedes poner demasiado en claro. Provoca que el lector caiga en las mismas trampas que el propio Edipo, que cree hallar verdad donde un poco después sólo hay más inquietud y confusión. Te empapa de inseguridad. El lector se sumerge en la dicotomía que supone Edipo, y no sabe si perdonarle o condenarle. Edipo es inocente a nivel moral, pero culpable en el sentido práctico: he ahí el dilema y el por qué la obra es tragedia en estado puro. ¿Qué hacer cuando el héroe es también el villano, cuando el ejemplo de sublimidad es simultáneamente ejemplo de atrocidad, cuando la salvación se convierte en el mal? Edipo promete encontrar al culpable y ser, entonces, inflexible; pero ni en sueños podría haber previsto lo que le aguarda. La tensión es patente, constante, una maraña de tiras y aflojas que se meten por el oído, obturan la cabeza a cada nudo y la liberan en balde en el espacio que los separa.

Edipo es un personaje bien caracterizado, nada le falta y nada le sobra: como la obra en general. De todas las maneras, no posee una personalidad lo suficientemente atractiva, sobre todo porque se mantiene a expensas de los sucesos en rededor, sin mantener un criterio verdaderamente firme o troncal. Primero magnánimo y resoluto, luego enfadado y susceptible, luego poseído de furiosa curiosidad y, finalmente, el más desesperanzado de la Tierra, loco.

Creonte surge mucho más juicioso y maduro aquí que en «Antígona», parece que lo único que comparte, de hecho, con nombrada referencia es la filosofía por la rectitud. Su habilidad retórica me recordaba a la que empleara Hamlet, pero mejor a mi gusto en cuanto a su sobriedad; en este punto se plasma verdadera habilidad. Hay unos fragmentos que han llamado mi atención cuando está enzarzado con un Edipo que le acusa de tramar contra él junto al adivino Tiresias:

«Si realmente crees que es un bien la arrogancia fuera de la razón, no piensas con rectitud».

«No lo sé. En lo que no puedo opinar, me gusta callar.».

«(...) No es justo pensar gratuitamente que los malvados son honestos ni que los honestos son malvados (…). Sin embargo, con el tiempo llegarás a conocer esto con toda certeza, puesto que el tiempo es el único que pone de manifiesto al hombre justo, mientras que al malvado en un solo día podrías conocerlo».

Asimismo los siguientes del propio Tiresias en la discusión ardorosa, a su vez, que mantiene de manera previa. La sensación que me ha transmitido Tiresias ha resultado nuevamente grata, me recuerda a la perspectiva del filósofo o del sabio, que predice en cada semblante o actitud un futuro probable pero que, haga lo que haga, no podrá convencer al resto de la verdad –por pura y loable que sea; ingenua y bienintencionadamente proyectada–, más bien al contrario, desata la ira, la indignación y la confusión.

«El afán mío reprochas, pero el tuyo, que en el mismo lugar habita, no lo ves, sino que es a mí a quién censuras».

«Estas cosas sucederán, aunque yo las cubra con mi silencio».

«Estoy a salvo. En mí llevo la fuerza de la verdad».

«(…) Y te digo, puesto que ahora me ultrajaste de ciego, que tú tienes vista y no ves en qué punto de desgracia estás, ni dónde habitas, no con quiénes vives. ¿Acaso sabes de dónde procedes?»




«La plaga de Tebas» de François Jalabert.




Es cierto que la lectura me ha resultado más rápida, amena y fácil que «Antígona», aunque quizá tenga que ver que ésta ya me había acostumbrado al ritmo arcaico tan típicamente griego, lo que facilitó la posterior.

Me quedo con cierta curiosidad hacia el padre de Edipo, Layo, así como la historia "antes de" del propio Edipo, enfrentándose a la Esfigie alcanzando así su gloria y trono. También he echado de menos un poco más de aparición para la madre-esposa de Edipo Yocasta –elemento casi pasivo que genera un fatal y a la vez bello cuadro en el culmen final de la tragedia–, pues bien podría haber aportado más personalidad: su situación singular y, sobre todo, irrepetible, bien lo merecían.

Corifeo, acertado, en la línea que describí en «Antígona».

También se echa de menos que se declararan más sentimientos en el singular campesino, pues su compasión y su posterior voluntad de silencio me resultaron características atractivas.

La escena final de la obra se graba a martillo y cincel en la cabeza. El poderío colosal tanto estético como trágico sorprende e impacta igual hoy que hace dos mil años. La conciencia del mal cometido, el castigo que impone el resto pero, sobre todo, el que se impone uno a sí mismo: que en «Edipo Rey» alcanza cotas extremas; es de lo más particular y característico de la obra.

Sin duda los sentimientos de Edipo y de Yocasta en el descubrimiento mutuo hubieran sido magníficos de leer descritos, y no sólo los hechos mediante los que se manifiestan. Está claro que la situación psicológica en historia tan única podría describirse de manera más provechosa en un autor moderno. Un Stendhal habría podido hacer, a propósito, un verdadero prodigio con semejante material.




Sófocles (496 a. C.– 406 a. C.).



Termino señalando el carácter de la obra, una defensa de los valores antiguos (las leyes y la consideración hacia el designio natural o divino), pero siempre abiertos –eso sí, hasta ciertos puntos– a los planteamientos racionales propiamente humanos. Concuerda, por lo demás, con el contexto histórico del propio Sófocles, plena progresión de oligarquía aristocrática a la democracia de Pericles y la sucesiva guerra perdida contra Esparta con los sucesivos desastres. Así, Sófocles adquiere una postura tolerante con lo nuevo pero sin dejar de mirar a lo que observa valioso en el pasado: está de acuerdo con la democracia de Pericles pero no con los demócratas o racionalistas radicales, él no sitúa al hombre como centro del universo, sino que destaca unas fuerzas ajenas que rigen su destino.


Conclusiones:

El lenguaje en los diálogos en prosa poseen una estructura muy similar a La Odisea. Otra cosa son los típicos cantos contenidos en la tragedia griega, que son densos y lentos de digerir, aunque por fortuna no alcanzan la extensión e importancia que en Esquilo a favor de los personajes principales que, por otra parte, nunca aparecen más de tres simultáneamente sin contar, por supuesto, el coro.

«Edipo Rey», probablemente la tragedia más celebrada de la Grecia clásica, cuenta la crisis –que desemboca en fatalidad– generada cuando, según Sófocles, el ser humano pasa los límites que le han sido asignados con criterios erróneos y fuera del respeto a la ley divina. Se inspira, pues, en el contexto social de la Atenas de mediados del siglo V a. C., donde se están confrontando los poderes tradicionales oligárquicos con los movimientos de las clases bajas y medias a favor de la democracia, buscando una síntesis que acomode a las dos partes. Así pues, Sófocles recoge esa síntesis –que alcanzaría su máxima representación en el gobierno de Pericles– en el que contempla y defiende la antigua tradición pero manteniéndose abierto y de acuerdo con la democracia; eso sí, como hemos dicho, la tragedia la dispara precisamente en el momento en el que los hombres se sitúan en el centro del universo desdeñando a los dioses, llevándolos de tal forma su errado juicio personal a la fatalidad.


A cada paso en la trama –que avanza con una fluidez perfecta– saltan al encuentro nuevas incertidumbres, por cada una resuelta salen dos más sin resolver. No creo que diga una barbaridad cuando afirmo que casi es una trama detectivesca sostenida por la tragedia, todo ello al mejor estilo griego. Pero no por ser antiguo es simple ni predecible: ni mucho menos. Sófocles va dejando pistas y conjeturas con cuentagotas, de tal manera que casi hasta el final no puedes poner demasiado en claro. Provoca que el lector caiga en las mismas trampas que el propio Edipo, que cree hallar verdad donde un poco después sólo hay más inquietud y confusión. Te empapa de inseguridad. El lector se sumerge en la dicotomía que supone Edipo, y no sabe si perdonarle o condenarle. Edipo promete encontrar al culpable y ser entonces inflexible; pero ni en sueños podría haber previsto lo que le aguarda. La tensión es patente, constante, una maraña de tiras y aflojas que se meten por el oído, obturan la cabeza a cada nudo y la liberan en balde en el espacio que los separa. La simbiosis psicológica que se produce entre obra y espectador es verdaderamente única.

La estructura de las tragedias de Sófocles –que se basan en las sagas heroicas– se componen de un prólogo en el que las escenas ya están abiertas antes de pronunciarse el coro, que no es ya el protagonista de la obra como sí sucedía con Esquilo, y dentro del cual se enmarca la orientación de la obra. Después viene la párodos, que está siempre a cargo del coro y que da comienzo a la verdadera acción de la obra. Lo siguiente que tiene lugar es la entrada del mensajero, que va a traer una noticia de fuera mediante la cual se disparará la tragedia en sí. El punto central de la obra es el agón (enfrentamiento entre los actores), en el que se debate la problemática de la obra. Sucede luego el estásimo, característica típicamente sofoclea, en la que para crear tensión parece que todo se arregla –y se celebra este hecho–, pero no a tiempo, de forma que la tragedia se consuma. Finalmente, se cierra con las conclusiones de los supervivientes, terriblemente afectados, y las secuelas de la atrocidad quedan patentes, y rezuman en la mente del lector aún después de terminar.

La belleza y la particularidad de la escenificación de las más cruentas desgracias de las tragedias de Sófocles pertenecen a nuestro elenco cultural y poseen ese carácter universal que hace de una obra literaria un clásico. 
Gustará al que le sea afin el estilo griego y el género dramático en general, sobre todo por el añadido de ese espíritu exaltadamente desgarrador de la tragedia; si bien a algunos lectores pueden no atraerle este tipo de textos, conviene darles una oportunidad, téngase en cuenta también –si sirve de impulso– que son muy cortos. Mi valoración general es positiva a pesar de que su estilo arcaico pese en algunos momentos.

2 comentarios:

  1. Otra enorme tragedia que, por un lado, creo escuela y que, por otro, llega hasta nuestros días como dramatización de fuerzas de nuestro inconsciente.

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    1. Gracias, no habría podido resumirlo tan bien en tan conciso espacio.
      Un saludo.

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