jueves, 19 de marzo de 2015

«El corazón de las tinieblas» de Conrad.

Profunda y tensa novela en la cual el protagonista, símbolo del hombre civilizado, recorre el río Congo en búsqueda de Kurtz, en mitad de los excesos coloniales y hacia una mandíbula feroz, impredecible, repleta de enigmas febriles a la par que sensuales y en los cuales se respira el denso aire del estado más primigenio del hombre

Antes de nada...


Si el lector no se encontrara en la disposición de leer el análisis entero, recuerdo que existe una conclusión al final a modo de breve reseña literaria.

El análisis no contiene spoilers, aunque se incluyen algunos fragmentos del libro a modo de complemento (tienen distinto margen, pueden saltarse si se prefiere). También tenéis la opción de tirar de las líneas remarcadas para saltar directamente a las zonas que he considerado importantes.

La primera imagen corresponde a la edición de la obra que he empleado para la lectura.

Agradezco cualquier impresión o corrección. Un saludo.


Análisis:


«Una voz. Él era poco más que una voz. Y le oí... a él... a ello... esa voz... otras voces, todas ellas apenas sí eran más que voces..., y el recuerdo de aquella época persiste a mi alrededor, impalpable, como la agonizante vibración de un inmenso torrente de palabras, estúpido, atroz, sórdido, salvaje, o simplemente mezquino, sin ninguna clase de sentido. Voces, voces...»

«El corazón de las tinieblas», máximo monumento de Joseph Conrad junto a «Nostromo», que además sentó el sustrato del que bebería ni más ni menos que el «Apocalypse Now» del reputado Coppola, es una corta novela en la que confluyen temas de la máxima importancia hacia un río –y nunca mejor dicho– horrísono, mezquino, brutal: una negra y ponzoñosa oscuridad líquida veteada de brillos indescifrables, tan puros y atractivos como espantosos e inhumanos.



Edición 2012 de Alianza (diseño de cubierta: Manuel Estrada).



Así pues, estamos ante una lectura muy profunda, atrayente y de la que podemos sacar una lección imprescindible sin ningún género de dudas. Si bien a veces corre el hilo más básico: el de un viaje; quedándose solo en relativa superfluidad; enseguida se reincorporan los demás, los grandiosos, en forma de enigmas incontestables y sugestivos, o, directamente, frías mordidas que amordazan la conciencia. Es cierto que no es una lectura fácil (en sus puntos álgidos hay que releer varias veces), y que no acostumbra a ser ni ágil ni particularmente entretenida. También es cierto que es mejor cuando se termina que mientras se lee, puesto que deja, pendida en la mente, una nota como la de un triángulo, con esa frialdad metálica: incómoda y magnética a partes iguales (y no se apaga, titila débilmente en el tiempo, como un diminuto pero insistente destello al fondo de un pozo muy negro).


«No lo podéis entender, ¿cómo podríais entenderlo vosotros, que tenéis los pies sobre el sólido pavimento, que estáis rodeados de amables vecinos dispuestos siempre a prestaros ayuda o a caer sobre vosotros, que camináis delicadamente entre el carnicero y el policía, bajo el sagrado terror del escándalo, la horca y los manicomios? ¿Cómo podéis vosotros imaginaros a qué precisa región de los primeros tiempos pueden conducir a un hombre sus pies sin trabas, impulsados por la soledad (soledad absoluta, sin un solo policía), por el silencio (silencio absoluto, donde no se oye la voz consejera de amables vecinos susurrando acerca de la opinión pública)? Estas pequeñas cosas son las decisivas. En el momento en que desaparece, uno tiene que recurrir a su propia fuerza innata, a su capacidad de lealtad.»


«Medianoche sobre el Támesis» de Atkinson Grimshaw.




«Quizá tuviera además algo de fiebre. Uno no puede vivir con el dedo eternamente sobre el pulso de la muñeca. Yo tenía a menudo "algo de fiebre" o alguna otra ligera afección: los juguetones zarpazos de la selva, la insignificancia que precede al ataque más serio que sobrevino a su debido tiempo. Sí; yo les miraba como vosotros miraríais a cualquier ser humano, con curiosidad por sus impulsos, motivos, habilidades y debilidades, cuando se les somete a la prueba de una inexorable necesidad física. ¡Contención! ¿Qué clase de contención? ¿Se trataba de superstición, repugnancia, paciencia, miedo o alguna clase de primitivo honor? No hay miedo que pueda hacer frente al hambre, no hay paciencia que pueda hacerlo desaparecer, la repugnancia simplemente no existe donde existe el hambre; y en cuanto a la superstición, y lo que podríamos llamar principios, tienen menos peso que la hojarasca en el viento. ¿No conocéis lo diabólico de una persistente inanición; su exasperante tormento, sus negros pensamientos, su sombría y obsesiva ferocidad? Bien, yo sí la conozco. Un hombre necesita toda su fuerza innata para combatir el hambre debidamente. Es más fácil en realidad arrastrar la aflicción, el deshonor y la perdición de la propia alma , que esa clase de hambre prolongada. Triste, pero cierto.»



«El rostro de la guerra» de Dalí.



«El destino. ¡Mi destino! La vida es una bufonada: esa disposición misteriosa de implacable lógica para un objetivo vano. Lo más que se puede esperar de ella es un cierto conocimiento de uno mismo, que llega demasiado tarde, y una cosecha de remordimientos inextinguibles. Yo he luchado a brazo partido con la muerte. Es la disputa menos emocionante que podáis imaginar. Tiene lugar en una indiferencia impalpable, sin nada bajo los pies, sin nada alrededor, sin espectadores, sin clamor, sin gloria, sin el gran deseo de la victoria, sin el gran miedo de la derrota, en una atmósfera enfermiza de tibio escepticismo, sin demasiada fe en tu propio derecho, y todavía menos en el del adversario. Si tal es la forma de la sabiduría última, entonces la vida es un enigma mayor de lo que la mayoría de nosotros cree.»




«Metropolis» de Grosz.



La historia se inicia en la desembocadura del Támesis, en un pequeño navío. Allí espera, inactiva, su tripulación, el ancla echada, aguardando a que la marea suba para proseguir su rumbo. El río recibe la mortecina llamarada del ocaso, y todo se sume rápidamente en las tinieblas («En seguida sobrevino un cambio sobre las aguas, y la serenidad se hizo menos brillante, pero más profunda»). El narrador –sin apenas participación– es desconocido, y se emplea para descubrir al lector este punto de partida. Pronto se pronunciará Marlow, el protagonista, y comenzará el relato de la larga historia, la que le llevará a través del Congo en búsqueda del misterioso –casi legendario– Kurtz (que, por cierto, sería empleado por GamesWorkshop para el primarca de los Amos de la noche, Konrad Curze). Así, básicamente podemos decir que la óptica corre a cargo de Marlow, ya que los que escuchan no vuelven a aparecer más que un puñado de veces, lo que a mi juicio es un error, porque conjugado con la enorme memoria y precisión de Marlow en su relato provoca que éste adquiera más bien el aspecto de un minucioso diario. Y esto a pesar de que se introduzcan de vez en cuando titubeos o interrupciones en el discurso, lo cuales, más que enfocados a una intención de verosimilitud en la apariencia, exteriorizan las dudas del propio Conrad, que no es capaz de decantarse diáfanamente por lo uno o por lo otro, o bien se topa con un enigma sin atadura ni medición posible y no tiene más remedio que dejar su esencia suspendida en el aire del relato. Éstas ambigüedades que impregnan la obra no las he juzgado como en otros casos: como manchas, sino que corresponden a la conclusión humana a un caso muy especial: el análisis de lo que no tiene forma, de lo que está vedado a la racionalidad de nuestra especie y, por tanto, evade la explicación concluyente. Conrad es un maestro en esto, en la irracionalidad, en la artística elaboración de los conceptos primitivos, y en ello recogemos muchas más sensaciones que ideas concretas. Por lo demás, se aborda correctamente la configuración psicológica de los personajes, con puntos muy precisos como cuando Marlow ha de abandonar el barco en su peligrosa y breve persecución nocturna. En este sentido me ha quedado un poco suelto el personaje del joven y pintoresco ruso, el risueño e ingenuo hombre cubierto de remiendos que sobrevive como si nada en el entorno más adverso (¿cuál es su significado último en la novela?).



«Miré a mi alrededor, y no sé por qué, pero os aseguro que nunca, nunca aquella tierra, aquel río, aquella jungla, la bóveda de aquel cielo en llamas, me habían parecido tan oscuros, tan impenetrables para el pensamiento humano, tan despiadados para con la debilidad humana.»



«Barco de vapor en la boca del puerto en una tormenta de nieve» de Joseph Mallord William Turner.


No es un capricho el que la historia brote de la garganta de las tinieblas. Es muy revelador el que la terrible –a veces agresiva– negrura contextualice tanto el inicio como el final (el río "domesticado" londinense frente al salvaje río africano, ambos observados por la soledad humana). Se siente, a lo largo de todo el recorrido narrativo, que el universo es un triunvirato de luces, de sombras y de los claroscuros que hay entre ambos. Y esto, como casi todo lo demás, se logra mediante una cuidadísima descripción. Los juegos de luces y sombras generan un efecto alucinógeno y muy sugestivo; la muralla selvática de las dos orillas por las que el vapor se dirige al corazón africano es opresiva, insoportablemente secreta e impredecible; las aguas poseen el reflejo místico a la par que una indiferencia terrible y traicionera; los tambores de los indígenas resuenan como el corazón de una bestia descomunal, sorda y ciega; la niebla que rodea al vapor en su forzosa detención, pesada y asfixiante; los puntos opacados de los razonamientos de Marlow aluden a la impotencia de una raza enfrentada, en su nimiedad, a una garra cósmica y gélida. Todo ello son imágenes que se superponen dando lugar a mezclas muy interesantes, que recuerdan a los grupos cromáticos, a esos acordes de análogos, complementarios, incongruentes...; puede decirse que «El corazón de las tinieblas» no es del todo inocente de simbolismo (la escena del barco de guerra bombardeando a la selva es una inolvidable inmersión a uno de los misterios más monstruosos y estremecedores de la existencia). En dichas descripciones –un caso único en la literatura– hay a veces incluso cierta efervescencia lírica, enraizada en un plano muy sutil, pero precisamente por ello efectiva, deslumbrante (porque la oscuridad también "deslumbra") y que contribuye a la singular tensión que enerva al relato entero.


Marlow es, por un lado, el trasunto de las experiencias del propio Conrad en África. Las decisivas impresiones que éste continente le inyectó hallan aquí su lugar. Es por tal motivo que no quiere evitar criticar duramente a los colonos que, disfrazados de una falsa filantropía, no eran más que la mezquindad en su máxima extensión, introducida en una serie de hombrecillos bobos y despiadados que solo ansiaban rapiñar el país («la palabra "marfil" flotaba en el aire, y regresábamos de nuevo al silencio»), destrozando a los nativos a su paso. El otro lado de Marlow es el conflicto que impregna toda la producción literaria de Conrad, a saber, la soledad y la lucha del hombre con la naturaleza desatada. Hay que tener en cuenta que todos los personajes que desfilan por la novela están, de una u otra forma, aislados de la civilización. En esas condiciones el comportamiento humano difiere, si bien existen diversos rangos: los colonos, por ejemplo, son casi inmunes a la llamada de lo salvaje: son demasiado simples («Estoy seguro de que ningún insensato ha vendido jamás su alma al diablo: el insensato es demasiado insensato, o el diablo es demasiado diablo; no sé cuál de las dos cosas»). Lo importante, el centro de todo el dilema se centra en las figuras de Marlow y Kurtz. Marlow representa al hombre arraigado a los principios, a los códigos sociales. Kurtz, por el contrario, es el hombre sin cadenas, aquel que se doblegaba a la sociedad por orgullo o amor a la mascarada, pero que una vez fuera de su influencia desata sus verdaderos impulsos. Ambos son sometidos a la prueba de lo salvaje, ahí donde el instinto de supervivencia halla su lugar e impone su imperio. Marlow resiste sin dificultades excesivas, pero reconoce ese poder terrible a la par que sensual (sobre todo cuando está tan al alcance de la mano, Marlow lo siente por sus venas cuando toca la bocina en el vapor); finalmente quedará ineludiblemente marcado por su encuentro con Kurtz. Éste, por su parte, extiende el dominio del tirano. En sociedad usaba su prodigiosa oratoria para tocar la gloria: para alcanzar poder (y en ello placer). En la selva esto es mucho más sencillo de lograr, a la par que el poder y el placer obtenidos aumentan exponencialmente. Kurtz queda atrapado, presa de la naturaleza y, sobre todo, presa de sí mismo.



«En estos casos la tierra no es para uno más que un lugar donde estar; y no voy a pretender decidir si ser así es un inconveniente o una ventaja. Pero la mayoría de nosotros no somos ni una cosa ni otra. La tierra es, para nosotros, un lugar donde vivir, donde tenemos que soportar visiones, sonidos y también olores, ¡por Júpiter! Tenemos que respirar hipopótamo podrido, por así decirlo, sin contaminarnos. Y es ahí, ¿os dais cuenta?, donde entra en juego la fuerza, la fe en la propia capacidad de cavar discretamente agujeros donde enterrar la sustancia: el poder de dedicación, no a uno mismo, sino a una empresa oscura y agotadora. Y eso ya es suficientemente difícil.»


«Mañana en el Sena» de Monet.



Es un poder fascinante que he podido reconocer (y el dilema en mí, una incierta pugna entre la esencia de Marlow y de Kurtz). Yo, siendo adolescente, iba frecuentemente a acampadas al bosque. Solíamos ser entre cuatro y seis. Bajo la vigilancia de los monitores nos moderábamos a regañadientes, como tigres hostigados ansiosos por escapar. Una vez lográbamos esto, nuestro comportamiento cambiaba mucho, a veces radicalmente. Los jóvenes que conocían en sociedad eran muy serios, discretos, educados. Los jóvenes en mitad del bosque eran obscenos, brutos, imprevisibles. Había un placer primigenio, inigualablemente puro en el destruir por destruir, sabiendo que no había ninguna norma ni reputación que mantener. Los rezagados se unían rápidamente a los cabecillas. Primero uno se atreve a hacer una majadería, normalmente de forma espontánea; los demás miran asombrados, luego ríen. Siempre hay alguno que se queja débilmente, pero finalmente toma discreta (o no tan discreta) parte en el asunto. Y en el fragor de la destrucción, de la demolición, la humanidad palidece y surge algo que había muy dentro: el animal. Se llegan incluso a emitir sonidos bobalicones, chillidos locos, el estado de ánimo se expresa con gestos risibles y completamente ilógicos. El pensamiento se debilita y el instinto impone su ley. El estruendo es como una majestuosa sinfonía, como fuego bienvenido para unos corazones voraces, insaciables. La fuerza muscular parece que se duplica, aunque cuando algo es demasiado sólido para rasgarse o despedazarse –por ejemplo: un palo o una piedra– una vena de ansiedad corrompe el ánimo y aparece una momentánea furia (el nivel más ciego y desesperado) que vuelve al cuerpo en una máquina histérica. Ocasionales vistazos a los demás participantes creaba una sensación de camaradería, un sentimiento de tribu, de reafirmación. Hay momentos en los que las cinco almas se funden en una sola bestia: increíblemente estúpida a la par que rebosante de "vitalidad". Por supuesto, al volver al recinto de las leyes sociales, con los monitores, ese estado febril desaparece por completo: la actitud más correcta del mundo se reincorpora, mientras el cuerpo está agotado pero feliz, y la mirada de todos se dirige de vez en cuando al bosque, que parece que llama, como si fuera consciente de todo, silenciosamente consciente. No es que el bosque impusiera su ley, es que el bosque activaba nuestras mentes blandas, anquilosadas en su cobardía, las liberaba. Todas estas cosas se aplicaban también cuando, en la noche más pura, se hacía un juego. Todo cambia en la noche, en la oscuridad, en el frío. La noche es como un espejo de la conciencia. Las barreras desaparecen y una personalidad íntima asoma sin cribas. ¿Qué ocurre cuando uno está solo en mitad de un bosque en el que apenas se ve nada? Toda sombra es una potencial amenaza. Las ramas de los árboles se agitan suavemente, sugiriendo escalofríos. No quieres hacer ruido pero no puedes evitarlo: pisas una piña seca, una rama, o tropiezas y caes en la crujiente hojarasca o en el lánguido fango. Incluso la propia respiración hace un ruido insoportable. Cuando se ha alcanzado el límite de aguante posible, una descarga tensa la nuca y electrocuta los sentidos. El instinto, que ya ha inventado todas las amenazas habidas y por haber, obliga mediante un inusitado terror a retroceder al abrigo social. Así, uno encara sus pasos hacia el campamento con cierta ansiedad, a la par que se mira hacia atrás constantemente. Al principio el orgullo inspira a la apariencia convencional, pero cuanto más cerca estás del campamento más siniestra es la sensación de que te siguen "mil demonios" y, proporcionalmente, más rápido se hacen los pasos hasta que al final corres como si el bosque te fuera a ensartar la espalda y a arrastrarte a un infierno ajeno, completamente desconocido por el día. La calma una vez "estás a salvo" dentro de la tienda es indescriptible. Si os quedáis solos en mitad del bosque nocturno, probablemente sintáis penetrantemente lo que representa «El corazón de las tinieblas»; horrible, sí, pero como dije al principio, también fascinante. Porque la obra de Conrad escenifica la fusión entre la naturaleza y las sombras más insospechadas del interior del ser humano, aislado de la sociedad protectora.


Volviendo al relato, éste va arrojando datos que se explicarán progresivamente, tanto al protagonista como al propio lector. Nosotros hemos de ser ingenuamente civilizados, como Marlow, para acoger el sentido mediante las raciones que el autor va dejando en la aventura, muy inteligentemente (y el desenlace es una verdadera culminación artística, una explosión para los sentidos en la que el autor emplea muy bien esos juegos lumínicos de los que hablaba al principio). El Kurtz repleto de sombrías oblicuidades va haciéndose más nítido en la imaginación del lector según Marlow va recabando datos y, como él, sentimos aumentar nuestro interés por esa esencia abstracta que, pese a su horrible significado, es el único afán, la única meta (en cierto sentido "confortante") en mitad de la intolerable mezquindad de los colonos y las orillas hostiles del río que empujan solo a una dirección, haciéndola más apremiante e inequívoca.


«Hablar con..., arrojé un zapato por la borda y me di cuenta de que eso era exactamente lo que había estado esperando con ilusión: una charla con Kurtz. Hice el extraño descubrimiento de que nunca le había imaginado actuando, sino hablando. (...) El hombre se me presentaba como una voz. (...) Lo importante era que se trataba de una criatura dotada, y que de entre todas sus dotes la que destacaba preeminentemente, la que proporcionaba sensación de una presencia real, era su capacidad de hablar, sus palabras; el don de la expresión, el desconcertante, revelador, el más exaltado y el más despreciable, el palpitante torrente de luz o el engañoso flujo del corazón de una impenetrable oscuridad.»


«Mask still life» de Emil Nolde.



«Árboles, árboles, millones de árboles, masivos, inmensos, que trepaban hacia lo alto; y a sus pies, apretujando la orilla contra la corriente, se arrastraba el pequeño vapor tiznado, como lo hace un perezoso escarabajo por el suelo de un grandioso pórtico. Le hacía sentir a uno muy pequeño, muy perdido. Y sin embargo, ese sentimiento no era del todo deprimente. Después de todo, aunque fueras pequeño, el mugriento escarabajo seguía arrastrándose, que era exactamente lo que se pretendía que hiciera.»


«Estudio de paisaje marítimo con nubes de lluvia» de John Constable.



He podido leer comentarios agrios respecto a la obra en cuanto al supuesto racismo que contiene (y en que Conrad no condena con rotundidad los abusos coloniales). En mi opinión no existe ningún racismo, y los maltratos a la población negra son una descripción realista de lo que ocurría, a la par que se aprecia constante y claramente lo que le perturbaron a Conrad semejantes comportamientos. Conrad despreciaba sinceramente a esos colonos, y los trata en sus personajes con ironía amarga. El protagonista, por su parte, no presta demasiada atención a esta cuestión –su cabeza está en otro sitio: en Kurtz–, y los juicios que hace de los indígenas son los que pueden entenderse en un europeo que jamás hubiera visto ni imaginado nada parecido: gente oscura de apariencia exótica, analfabeta y regida por una cultura salvaje y ritual; imprevisibles y simples a la vista de un occidental que se ha sustentado toda su vida en las ideas de siglos de progreso, de racionalismo y de civilización. También hay que tener en cuenta que si los indígenas ignoraban todo de los blancos invasores, éstos hacían otro tanto respecto a la vida en entorno salvaje, la tradición, la supervivencia (en cierto modo los blancos, como el mismo Marlow comenta despreciativamente al final, son imbéciles altaneros y completamente ignorantes, dormidos en una ilusión banal).



Joseph Conrad (1857-1924) en 1904.


Se dice algo muy interesante al inicio de la novela: «Pero Marlow no era un caso típico (si se exceptúa su propensión a contar historias), y para él el significado de un episodio no se hallaba dentro, como el meollo, sino fuera, envolviendo el relato, que lo ponía de manifiesto sólo como un resplandor pone de manifiesto a la bruma, a semejanza de uno de esos halos neblinosos que se hacen visibles en ocasiones por la iluminación espectral de la luna.» Aquí está uno de los mayores encantos de «El corazón de las tinieblas», uno de los que lo convierte en una lectura tan singular. Creo que estamos ante una obra que es imprescindible leer, pues nos enseña algo que, desde nuestra cómoda posición, hemos olvidado: el universo es siempre hostil, y podemos ser barridos cruentamente de un plumazo, en cualquier momento. Y aún más importante: ¿qué somos realmente? No lo sabemos porque no hemos sido puestos a prueba. Los radiantes rostros que nos rodean podrían convertirse en despiadados carniceros si se encontraran contra la espada y la pared, si la estructura social se derrumbara por una causa mayor y no hubiera reputación ni convenciones que mantener (habrían perdido, en efecto, su valor utilitario). El ser humano solo puede verse de forma nítida en un espejo de tinieblas: he ahí la hechicera y feroz paradoja.




Conclusiones:

Marlow, el protagonista, acude al Congo con el deseo de dirigir un vapor; de esta forma le asignan la misión de recoger al importante agente comercial llamado Kurtz, hombre de fama extraordinaria, que se halla gravemente enfermo en el corazón de la selva. Éste ser, siniestro símbolo de lo que resulta de la humanidad cuando su moral heredera de la civilización es rota por las fuerzas de la naturaleza, ejercerá una influencia casi obsesiva en Marlow, que se verá puesto a prueba en una acertada evolución interna a lo largo de la dura travesía que le conducirá hasta aquello que «era poco más que una voz».


En base a dicha estructura de viaje aparentemente sencilla se tejen dilemas de la máxima importancia: la delgada línea que separa lo civilizado de lo salvaje, las terribles fuerzas que actúan sobre la personalidad y el comportamiento humano en un entorno hostil en que las reglas sociales pierden su presencia, la formulación de la tiranía cuando el máximo poder puede cogerse con facilidad, todo ello en mitad de una agria descripción de los abusos coloniales que llevaron a la explotación y a la más triste muerte a innumerables indígenas, su cultura aniquilada por la barbarie de la siempre ilustrísima sociedad occidental.

Todo esto se logra con una descripción magnífica que emplea la naturaleza como hechicero proyector de la abstracción más oscura y, sin embargo, sensual, a un nivel artístico muy eficaz y bajo un ritmo muy inteligente, que va sumiendo al lector en el corazón del horror mientras descubre las respuestas que en puntos anteriores no podía dilucidar con plenitud.

¿Qué seríamos si fuésemos obligados a vernos en el absorbente, inequívoco y puro reflejo de la oscuridad? ¿Dónde quedarían nuestros principios sometidos bajo las brutales fuerzas de la naturaleza, la soledad y la megalomanía fugitiva? A todo esto contesta esta corta, profunda, a veces difícil novela que hace que te plantees decisivamente si nuestra sociedad confortable solo es un fugaz y falaz sueño.

4 comentarios:

  1. Libro potente, fornido y atractivo en su estilo.

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    1. El autor es un gran maestro de la metáfora que surge del contexto salvaje, al que dota de vida a través de sus impredecibles manifestaciones, y, también, de ánimo con elaborados juegos lumínicos que además marcan decisivamente la evolución psicológica del personaje y sus tensas reflexiones a cada momento.
      Gracias por su aportación. Un saludo.

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  2. Escribe Conrad en el primer Capítuloí:
    ""...Obtuve mi nombramiento antes de comenzara a esperarlo. Me di una prisa enorme para aprovisionarme, y antes de que hubieran pasado cuarenta y ocho horas, atravesaba el canal para presentarme ante mis nuevos patrones y firmar el contraro. En unas cuantas horas llegué a una ciudad que siempre me ha hecho pensar en un sepulcro blanqueado.... No tuve ninguna dificultad en hallar las oficinas de la compañía. Era la más importante de la ciudad y todo el mundo tenía algo que ver con ella. Iban a crear un gran imperio en ultramar; las inversiones no conocían límite"

    Leí la obra para la universidad y expuse de la misma y solo quería comentar al respecto que lo que más me cautiva es como se recurre al tema del marfil, tan blanco y preciado por estos hombres; y al mismo tiempo, se convierte en un verdadero simbolismo de la suciedad moral y la oscuridad y violencia que yace detrás de todo el sistema colonial, el salvaje poder de gente que pierde sentido por su afán de hacerse de una riqueza aparente, a costa del asesinato de tan bellas criaturas como los elefantes y la opresión a los nativos.

    Recuerdo muy bien esa parte citada arriba que hace referencia a las tumbas blancas "whited tombs" y cómo un análisis literario confirmó mi sospecha de que se trata nada más y nada menos que una alusión al concepto que maneja Jesús en Mateo 23:27, cuando le dice a los fariseos: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros, por fuera parecéis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad."

    Que más palabras que estas para contener tanto del mensaje y del significado detrás de El corazón de las tinieblas. Nuestra profesora de literatura nos dejó leer la obra en su lenguaje original, y, a decir verdad, todos concordamos al final en que Conrad es un autor muy sofisticado y difícil. Es cruda y dura, pero en lo personal siento que el entendimiento que arroja el tema de la industria colonial del marfil permite entender porqué aquél hombre queda carente de todo principio y sometido a lo salvaje de la oscuridad. "¡Fariseos ciegos!", les diría. No sólo los que causaron semejantes atrocidades en aquella época sino también todos aquellos que "limpian lo de afuera del vaso", porque aunque no tan drásticamente, siempre terminan llenos de toda suciedad por dentro. Digo otra vez con Cristo: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! que sois como sepulcros encubiertos, y los hombres que andan encima no lo saben" (Lucas 11:44). Y es esa suciedad y hambre de riqueza, tan bien representada por la industria del marfil, la que poco a poco los va enterrando en un abismo de soledad en que se pierde contacto con toda razón y la moral, o, como dirían ellos en sus términos, con todo rastro de "civilización".

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    1. Que el egoísmo (en sus múltiples apariencias e intensidades) es atractivo, es un hecho. Que el egoísmo lleva a la máxima degradación, a un escenario baldío, también. Sin embargo, tal como comentas lo que más grave suele presentarse a los ojos es el descaro del egoísmo, que llega al extremo de tratar de hacer pasar lo decadente por símbolo de fuerza y lustre, lo que a su vez inspira a otros a hacer lo mismo, viendo en ellos ventajas irresistibles. Plasmada queda esta noción –o esta triste realidad– en novelas como la presente (me vienen ahora a la cabeza «El tío Goriot» o los «Apuntes del subsuelo»), con una nitidez incisiva y transcendental. Es por ello que leer, verdaderamente, puede cambiar vidas, salvarlas.
      No sabía la procedencia de el término «sepulcro blanqueado» que se emplea en la novela, pero desde luego la metáfora que emplea Jesús ilustra perfectamente el problema.
      Un saludo y muchas gracias por tu generosa aportación.

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