jueves, 1 de enero de 2015

«Ficciones» de Borges.

Borges es un autor inclasificable que emplea un lenguaje sobrio y preciso para unos cuentos tremendamente ingeniosos que juegan con la irrealidad de la realidad, laberintos temporales, argumentaciones matemáticas, el inevitable destino del hombre, significaciones oblicuas, el infinito cosmos más allá del entendimiento y utopías paradójicas

Antes de nada...


Si el lector no se encontrara en la disposición de leer el análisis entero, recuerdo que existe una conclusión al final a modo de reseña literaria (después de la imagen de Borges).

El análisis no contiene spoilers (no se verá ninguna revelación final inesperada arruinada), aunque se hace alusión a algún acontecimiento de la historia imprescindible para trasladar su esencia. Se verá que es el propio autor el en sus cuentos va explicando paradojas, supuestas investigaciones o mundos ficticios muy técnicamente ya desde la primera línea, a veces no habiendo más que eso, como en el caso de «Las tres versiones de Judas», en el que más que trama se habla de deducciones lógicas y, por tanto, no veo problema alguno en irlas comentando como si de una obra filosófica se tratara.

Téngase en cuenta que tanto la introducción general del análisis como las conclusiones finales serán trasladadas de manera prácticamente idéntica en los siguientes libros de cuentos de Borges («Historia Universal de la Infamia»; «El Aleph»; «El informe de Brodie»; «El libro de arena»; «La memoria de Shakespeare») que decida leer y trasladar al blog.

También tenéis la opción de tirar de las líneas remarcadas para saltar directamente a las zonas que he considerado importantes.

La primera imagen corresponde a la edición de la obra que he empleado para la lectura.

Agradezco cualquier impresión o corrección. Aprovecho para desearos un próspero año nuevo.


Análisis:

Cuando me interesé por Borges fue porque intuía una gran inventiva fantástica en pequeños fragmentos, en cuentos ágiles y dichosos. La realidad ha diferido de esa peregrina idea. Borges es un ente del todo extraño, es un caso único en la historia de la literatura. Tarea imposible es hacer un análisis que atrape todos los matices de sus cuentos, pero haré lo que pueda por un humilde resultado que extienda pistas razonables.



Edición 2011 de Lumen (diseño de cubierta: Marta Borrell).



Lejos de lecturas emotivas o cargadas de expresividad, lo que se encuentra en «Ficciones» son cuentos muy sobrios, que poco o nada tienen que ver con el cuento tradicional más que su prolongación. El autor es tremendamente meticuloso, evita el sentimentalismo y la expresividad de los recursos estilísticos casi de manera obstinada. Borges demuestra una gran inteligencia y una tremenda, podemos decir prodigiosa erudición. Hay un amor a la literatura que empapa de manera constante la obra (no cesa de citar autores, ediciones...). ¿Qué es lo que sucede? Es aburrido –aunque no siempre–, sobre todo el primero de los dos libros en que se divide «Ficciones» («El jardín de los senderos que se bifurcan» y «Artificios» respectivamente), de estilo más teórico o académico. Requiere concentración, paciencia y pausa. ¿Puede lo aburrido ser también sumamente interesante? Por supuesto, y éste es un gran ejemplo.

No me convence su manera de escribir. No es que esté mal, naturalmente, el problema es que no es afin a mí. O no aún. Yo no entiendo la literatura así; sí la filosofía: muchas veces áspera, directa y concentrada, pero no la literatura. Y aquí hay algo importante: ¿no están muchas de las problemáticas de Borges perfecta, extendida, y, sobre todo, apasionadamente expuestas en un Schopenhauer o en un Berkeley? Pero los críticos quedan pasmados, sobrepasados por la complejidad de Borges. Yo durante los primeros cuentos de «Ficciones» no daba crédito: «¿De dónde han sacado estas rarezas ingeniosas pero parcialmente insípidas su enorme fama?»; incluso veía un absurdo, empecé a jugar, desconfiado, con la idea de que el autor se burlara del lector, o de sus propias ocurrencias paradójicas. No pude menos que recelar también de su amabilidad, de su modestia chocante que me resultaba prescindible en sus escritos, en sus prólogos (¿y cómo huir del empalago retórico para caer en el empalago de la cortesía?). A veces puede resultar molesto que un hombre del que esperamos historias no pueda evitar enumerar obras –de las que el lector presumiblemente no conocerá la mayoría– como para disparar el sentido de su propio cuento hacia allí, como si quisiera ampliar sus microuniversos con los innumerables recovecos de la literatura universal, cuyo tremendo poder sólo basta ser citado para tejer portales oscuros.

Y aquí está la ambigüedad. Porque queda claro que el autor es muy culto, lúcido e ingenioso, pero de ahí a que alabemos inextricables universos a cada proposición...; sí, los hay, a cargo de la interpretación enormemente personal del lector teniendo en cuenta lo dado, pero no puedo creer que todo esto lo diseñara Borges como un matemático del lenguaje supremo; Wittgenstein es un lógico del lenguaje, y observamos una intencionalidad clara: en Borges siempre a veces se pierde algo, no porque sus designios sean a cada paso, a mi parecer, personalmente conscientes de su inescrutabilidad, sino a causa de una ambigüedad, cuyas propiedades "benéficas" alaba el mismo autor en determinado párrafo. La ambigüedad es garantía de eterna discusión si es moldeada por mano hábil, esto lo sabía también bien Whitman.


En todos los cuentos de «Ficciones» he hallado temas similares: la irrealidad de la realidad, la eternidad, los circuitos infinitos, los laberintos temporales, el lenguaje como supremo arte de los conceptos, el cosmos inescrutable, propuestas argumentales bajo direcciones matemáticas, el destino inevitable del hombre, la indagación sorprendente y sorprendida, oblicuas significaciones, complejísimas utopías, inspiraciones oníricas –instigadas por su grave accidente–, los espejos como metáfora de la libre interpretación de los irónicos y cambiantes juegos existenciales, la leyenda arcaica, lo pasmoso como rutinario y lo rutinario como pasmoso. Hay que repetirlo: no hay nadie como Borges; éste hecho hace que habituarse a su obra se ate casi ineludiblemente a la práctica de su lectura.


Ahora se entiende el porqué yo no estoy capacitado para un análisis riguroso de la obra, pero también un escepticismo –lícito o no– de mi interpretación respecto al origen de esa "imposibilidad". Una vez dicho todo esto a modo de ideas generales, iré cuento a cuento sacando una (tratará de ser breve) conclusión personal –que no necesariamente fidedigna–. Esto no debiera preocupar al lector, ya que sólo son meros hilos de sus grandes posibilidades; lo que pienso yo aquí puede no coincidir para nada con lo que sonsaque otro (es curioso el hecho, ya que Borges no mantiene una postura inamovible respecto a nada, para él todo es discutible, un hombre se convierte constantemente en todos los hombres y nada puede en el cosmos discernirse de una sola manera, por complejo que sea el intento de abarcarlo). En cualquier caso, en esta entrada no se desvelan esas soluciones imprevistas propias de muchos de los cuentos del autor.


  • Libro primero: «El jardín de senderos que se bifurcan» (1941); compuesto por «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius»; «Pierre Menard, autor del Quijote»; «Las ruinas circulares»; «La lotería en Babilonia»; «Examen de la obra de Herbert Quain»; «La Biblioteca de Babel»; «El jardín de senderos que se bifurcan».



  • Libro segundo: «Artificios» (1944); compuesto por «Funes el memorioso»; «La forma de la espada»; «Tema del traidor y del héroe»; «La muerte y la brújula»; «El milagro secreto»; «Tres versiones de Judas»; «El fin»; «La secta del Fénix»; «El Sur».



«Tlön, Uqbar, Orbis Tertius»:



«(...) Otra escuela declara que ha transcurrido ya todo el tiempo y que nuestra vida es apenas un recuerdo o reflejo crepuscular, y sin duda falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable. Otra, que la historia del universo –y en ellas nuestras vidas y el más tenue detalle de nuestras vidas– es la escritura que produce un dios subalterno para entenderse con un demonio. Otra, que el universo es comparable a esas criptogramas en las que no valen todos los símbolos y que sólo es verdad lo que sucede cada trescientas noches. Otra, que mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado y que así cada hombre es dos hombres.»

Borges dice en el prólogo que es «Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer bastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario. (...)». Puede imaginarse, pues, la manera en la que este cuento se ha abordado por el autor: reseña de publicación falsa –supuesta por Borges– cargada de un lenguaje académico y riguroso.


El propio Borges se introduce –como en muchos de sus cuentos– como comentarista de sus ficticios descubrimientos. Esto es, por una serie de casualidades incluso inquietantes, que existe un colosal planteamiento ficticio de un país/planeta que se conoce normalmente como Tlön en el que innumerables autores a lo largo de generaciones han integrado con su persistente creatividad y estudio fauna completa, topografía, mitologías, metafísica, lenguas, arquitectura, etc. 


Todo es idealismo en Tlön, incluso el lenguaje, que siempre relativiza los objetos de modo que la percepción de la existencia es absolutamente subjetiva y en continua transmutación temporal. Los objetos no obtienen relación entre sí sino que son individuales, las ideas no se alinean en base a asociaciones meramente fijas o lógicas, el plagio pierde todo su sentido. No se busca la verdad –acto inconcebible– sino belleza en la composición dialéctica.


Finalmente se observa lo que ocurre –con algún dardo de por medio a determinados movimientos de primera mitad del XX– cuando la fantasía se materializa: lo que embauca la mente del hombre se torna inevitablemente en real.



«Pierre Menard, autor del Quijote»:



«"(...) Yo he contraído el misterioso deber de reconstruir literalmente su obra espontánea. Mi solitario juego está gobernado por dos leyes polares. La primera me permite ensayar variantes de tipo formal o psicológico; la segunda me obliga a sacrificarlas al texto "original" y a razonar de un modo irrefutable esa aniquilación... A esas trabas artificiales hay que sumar otra, la congénita. Componer el Quijote a principios del siglo XVII era una empresa razonable, necesaria, acaso fatal; a principios del XX, es casi imposible. No en vano han transcurrido trescientos años, cargados de complejísimos hechos. Entre ellos, para mencionar uno solo: el mismo Quijote."»

Probablemente una pintoresca recreación del absurdo en los procesos creativos del hombre, en este cuento se habla de la invención y perspectiva literaria de un autor –todo ficción de Borges, naturalmente–, Pierre Menard, cuyo más singular proyecto fue la recreación  exacta del Quijote pero "sin copiarlo" (sin supuestamente incurrir en tautologías, que es lo cómico y a la par paradójico del cuento). El hombre está predestinado a convertirse en todos los hombres de la historia.




«Mano con esfera reflectante» de Escher.

«Las ruinas circulares»:



«El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Este proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder.»

Interesante y enigmático, este cuento se vale del sostén onírico para cuestionar la aparente solidez de nuestra realidad. El eterno retorno de lo idéntico empapa la esencia de sus líneas, que nos llenan de una incertidumbre inquietante pero también fascinante. Alguien que crea es un dios, pero aquí los dioses ignoran su divinidad. Cuando el protagonista hace realidad su compleja aspiración se da cuenta que, inevitablemente, él es a su vez una compleja aspiración ejecutada. El universo se divide en estadios quizá categorizados en los que pulsiones generativas transforman –que no destruyen– sus componentes (sabedores de lo que les corresponde moldear pero ignorantes en última instancia del origen en el cual han sido moldeados) constantemente a lo largo de un tiempo de configuración bastante discutible.



«(...) En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy.»




«Golconda» de Magritte.

 «La lotería en Babilonia»:


«(...) El babilonio no es especulativo. Acata los dictámenes del azar, les entrega su vida, su esperanza, su terror pánico, pero no se le ocurre investigar sus leyes laberínticas, ni las esferas giratorias que lo revelan. (...) si la lotería es una intensificación del azar, una periódica infusión del caso en el cosmos ¿no convendría que el azar interviniera en todas las etapas del sorteo y no en una sola? (...) En realidad el número de sorteos es infinito. Ninguna decisión es final, todas se ramifican en otras. Los ignorantes suponen que infinitos sorteos requieren un tiempo infinito; en realidad basta que el tiempo sea infinitamente subdivisible, como lo enseña la famosa parábola del Certamen con la Tortuga. (...)»

Mostrando de nuevo una predilección por una cultura de la incertidumbre pero inagotable en su capacidad creativa, Borges emplea una lotería con unas reglas de colosal complejidad para crear una metáfora sobre el azar y plantear un supuesto origen racional que se diluye en el tiempo. Los ciudadanos dan impulso a este acontecimiento que adquiere enorme importancia y que con el tiempo escapa a su escrutinio, pasa a ser prácticamente leyenda. Me ha parecido detectar también cierto paralelismo irónico respecto a la Iglesia.



«Examen de la obra de Herbert Quain»:



«"No hay europeo (razonaba) que no sea un escritor, en potencia o en acto". Afirmaba también que de las diversas felicidades que puede ministrar la literatura, la más alta era la invención. Ya que no todos son capaces de esa felicidad, muchos habrán de contentarse con simulacros.»

Usando la misma técnica de "comentar" el planteamiento de un libro sin ejecutarlo pero absorbiendo así rápidamente su significado y originalidad, tal y como he explicado en «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», en este cuento se muestran y desmigan rápidamente cuatro a propósito de la muerte de su ficticio autor, Herbert Quain.


El primero de los libros, «God of the Labyrinth», se inicia con un asesinato inexplicable que se aclara al final, pero la enigmática frase que termina la obra eleva al lector por encima del detective.


El segundo libro, «April March», es una compleja trama regresiva cuyas ramificaciones lógicas –que se excluyen entre sí– van abriendo más y más posibilidades. Esto hace que la novela se componga de diferentes prismas o pequeñas novelas diferenciales.


El tercer libro (de idea muy interesante) es «The secret Mirror», y se divide en dos actos. El primero nos sitúa en el altivo romance entre personajes de elevada alcurnia. El segundo por su parte consta de los mismos personajes, pero resulta que son de clase media y que uno de ellos, el partícipe del romance, es autor del primero, morboso en medio del fracaso de sus aspiraciones.


El cuarto libro, «Statements», también muy original, está compuesto por relatos que insinúan un gran argumento pero que son frustrados adrede por el autor. Después «El lector, distraído por la vanidad, cree haberlos inventado».





«Subiendo y bajando escaleras» [detalle] de Escher.




«La Biblioteca de Babel»:



«El primero: La Biblioteca existe ab aeterno. De esa verdad cuyo corolario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.»


Uno de los cuentos más complejos de «Ficciones», y de los que más interpretaciones puede cada cual dilucidar. Se describe minuciosamente la relación de una enorme comunidad de bibliotecarios –la humanidad– con una Biblioteca infinita (o, para ser más exactos, «ilimitada y periódica»), igual que lo son sus libros: no hay dos iguales, pero las combinaciones entre los caracteres son casi inagotables (habrá, por ejemplo, dos libros idénticos salvo por una letra; o libros que casualmente adivinen el futuro; o catálogos falsos; demostraciones de que esos catálogos son falsos; comentarios de comentarios; tratados escritos y lo que en ellos pudo haberse escrito; etcétera). La comunidad está necesariamente obsesionada con los libros, los suicidios están a la orden del día y se respira cierta desesperación por poner algo en claro donde es imposible ninguna salida definitiva a los problemas («Visiblemente, nadie espera descubrir nada»). ¿Podemos imaginar lo horrible que es saber que en algún recóndito rincón de una Biblioteca infinita está la solución a nuestra gran pregunta pero que jamás lo encontraremos aunque estemos toda la vida buscando y leyendo laboriosamente? Y ahí está la metáfora: el terrible y casi imposible enfrentamiento humano por alcanzar el sentido último el universo y de su presencia en él. Por eso Borges está convencido de que nada posee un solo significado.



«No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre –¡uno solo, aunque sea, hace miles de años!– lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.»

Las interacciones que se practican explotan al máximo la creatividad humana, se prueban todas las combinaciones, pero todo se termina antojando inútil. Frente a la bastedad de la Biblioteca casi nada más allá de la futilidad puede hacer el limitado ser humano (además, una misma palabra, aunque en principio sea incluso un batiburrillo de letras sin sentido, puede significar algo muy poderoso en otro idioma remoto y olvidado o como principio de entonación divino fuera del alcance humano).




«Relatividad» de Escher.



«El jardín de senderos que se bifurcan»:



«(...) Después reflexioné que todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, en la tierra y en el mar, y todo lo que realmente me pasa me pasa a mí...»

Como sintetiza perfectamente el propio Borges en el prólogo, este famoso cuento «es policial; sus lectores asistirán a la ejecución y a todos los preliminares de un crimen, cuyo propósito no ignoran pero que no comprenderán, me parece, hasta el último párrafo».


El protagonista, Yu Tsun, es un espía alemán de origen chino que, a pesar de haber descubierto la localización de un parque de artillería británico, ha sido descubierto por el capitán Richard Madden, pero antes de ser capturado se escabulle del cuartel y coge un ferrocarril con la intención de detenerse en la estación de Ashgrove en busca de un doctor llamado Stephen Albert (que no conoce previamente). La caracterización psicológica es fina, así como los temores y planteamientos acuciados del perseguido (la recomendación final tiene doble sentido una vez se ha leído el cuento).



«(...) Argüí que esa victoria mínima prefiguraba la victoria total. Argüí que no era mínima, ya que sin esa diferencia preciosa que el horario de trenes me deparaba, yo estaría en la cárcel, o muerto. Argüí (no menos sofísticamente) que mi felicidad cobarde probaba que yo era hombre capaz de llevar a buen término la aventura. De esa debilidad saqué fuerzas que no me abandonaron. Preveo que el hombre se resignará cada día a empresas más atroces; pronto no habrá sino guerreros y dolores; les doy este consejo: "El ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado". (...)»

El protagonista tuvo un abuelo que se afanó durante trece años para elaborar un laberinto perfecto, pero nadie entendió lo que llevaba hecho cuando le asesinaron de improviso («su novela era insensata y nadie encontró el laberinto»). Le llegan recuerdos sobre el asunto, recuerdos que hacen que por momentos olvide su estado de busca y captura. Como un hecho prácticamente profético, llega a la verja de un jardín chino: el tal Stephen Albert es inglés pero está relacionado con la embajada china, es un erudito de la cultura y estudioso en particular de la obra del abuelo del protagonista. Éste, pasmado, se deja ilustrar (no preocuparse por los fragmentos transcritos: están muy lejos del spoiler).



«Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan. De ahí las contradicciones de la novela. Fang, digamos, tiene un secreto; un desconocido llama a su puerta; Fang resuelve matarlo. Naturalmente, hay varios desenlaces posibles: Fang puede matar al intruso, el intruso puede matar a Fang, ambos pueden salvarse, ambos pueden morir, etcétera. En la obra de Ts´ui Pên, todos los desenlaces ocurren; cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones. Alguna vez, los senderos de ese laberinto convergen: por ejemplo, usted llega a esta casa, pero en uno de los antepasados posibles usted es mi enemigo, en otro mi amigo. (...)»


«A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos. (...)»

Se aprecia con lo dicho que se experimentarán, en definitiva, dos tramas: la policial y la transcendental. La primera es ingeniosa y amena, la segunda es una increíble interpretación de la realidad, compleja, matemática, enriquecedora.






«Estados de la mente» de Boccioni.

«Funes el memorioso»:



«(...) No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. (...)»


Primer relato del segundo libro de «Ficciones», «Artificios», y como dice Borges: «de ejecución menos torpe» (la variación es casi imperceptible pero estoy de acuerdo), «Funes el memorioso» es presentada por el autor como "una larga metáfora del insomnio".


Se relata una conversación con Irineo Funes, poseedor fortuito de una memoria perfecta. La bastedad de datos que alberga su mente es incluso difícil de imaginar por el hombre común. Sin embargo, hundido en los puros detalles de la inmediatez, no posee una perspectiva general que le permita contrastar. Quizá por ello emplea el tiempo en la elaboración de catálogos absurdos (aunque poco más puede hacer).






«Corriente» de Bridget Riley.




«La forma de la espada»:



«–Le contaré la historia de mi herida bajo una condición: la de no mitigar ningún oprobio, ninguna circunstancia de infamia.»

De los relatos más sencillos de «Ficciones» y de los más encarados a amenizar. Un hombre conocido como el Inglés de La Colorada cuenta su historia, situada durante los acontecimientos de la guerra de independencia de Irlanda, a Borges, que en primera persona rememora el episodio.


El desenlace es inesperado y supone una agradable y ocurrente chispa para el lector. Podemos entender las enormes e interesantísimas diferencias con que un receptor acoge el mensaje según el modo en que el emisor cuente algo, según la posición que él mismo se dé en la historia de su relato.



«(...) Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres. Por eso no es injusto que una desobediencia en un jardín contamine al género humano; por eso no es injusto que la crucifixión de un solo judío baste para salvarlo. Acaso Schopenhauer tiene razón: yo soy los otros, cualquier hombre es todos los hombres, Shakespeare es de algún modo el miserable John Vicent Moon.»


«Tema del traidor y del héroe»:



«(...) que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible...»

Se indaga en el enigmático asesinato del líder conspirador Fergus Kilpatrick –insisto: todo ficción de Borges– sucedido en el día previo al estallido de la revolución en Irlanda. Como en «La forma de la espada», si bien en este caso hay más poder transcendental, hallamos un final que rompe nuestros esquemas, demasiado confiados en lo que nos iba extendiendo la trama, que nos invitaba a senderos desviados.


Un planteamiento que nos recuerda mucho al «Edipo Rey» de Sófocles –el sostén de la admirada antorcha es simultáneamente despliegue de las sombras fatídicas–, en el que además acabamos con la brillante (tal vez socarrona) idea de que la historia que conocemos puede haber sido cualquier cosa menos lo que ocurrió en realidad: puede ser deliberada ficción llevada a la realidad, como he comentado en el cuento «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius».





«La revuelta» de Russolo.



«La muerte y la brújula»:



«–Posible, pero no interesante –respondió Lönnrot–. Usted replicará que la realidad no tiene la menor obligación de ser interesante. Yo le replicaré que la realidad puede prescindir de esa obligación, pero no las hipótesis. En la que usted ha improvisado, interviene copiosamente el azar. He aquí un rabino muerto; yo preferiría una explicación puramente rabínica, no los imaginarios percances de un imaginario ladrón.»

Cuento policiaco –de los más largos de «Ficciones»– de entramado muy elaborado en el que su protagonista, el sagaz detective Erik Lönnrot, se sumerge ávidamente en la investigación de una serie de asesinatos interconectados –con la ayuda del comisario Treviranus, hombre más pragmático– y de los que él deduce hay una antigua organización de asesinos con parámetros lógicos y misteriosos para sus fechorías: investiga al respecto y trata de alcanzar el anhelado paso por delante. Nadie preverá un final que deja los ojos del lector tan sorprendidos como los del propio detective. Es un juego lógico perfectamente perpetrado, el titiritero es maestro (¡y qué irónicamente juega con el lector entre líneas, sin que éste perciba nada!).


Dicha lógica se basa en la equidistancia entre los lugares de los asesinatos, en la simetría del tiempo (siempre el día tres durante tres meses consecutivos), en la búsqueda por parte de los criminales de tres partes de un nombre (del verdadero nombre de Dios). El laberinto en forma de triángulo equilátero es muy ingenioso –con un "falso cuatro"–, pero me quedo también con el laberinto lineal que se propone en el último diálogo.



«El milagro secreto»:



«(...) Luego reflexionó que la realidad no suele coincidir con las previsiones; con lógica perversa infirió que prever un detalle circunstancial es impedir que éste suceda. Fiel a esa débil magia, inventaba, para que no sucedieran, rasgos atroces; naturalmente acabó por temer que esos rasgos fueran proféticos. Miserable en la noche, procuraba afirmarse de algún modo en la sustancia fugitiva del tiempo. (...)»

Es uno de los cuentos que más –sino el que más– me ha gustado de «Ficciones» (entre otras cosas por elogiables aciertos psicológicos como el expuesto arriba).  En él, el escritor frustrado Jaromir Hladík es arrestado por los nazis que recién han conquistado Praga por su condición de judío y sus protestas o estudios contrarios al ideario del régimen. Es irremisiblemente condenado a muerte. En su cautiverio, los días previos a su ejecución, lamenta no haber terminado su gran obra: un drama en verso («...porque impide que los espectadores olviden la irrealidad, que es condición del arte») con el título de «Los enemigos», configurada por una trama muy ingeniosa –sin duda habría dado para un libro interesantísimo si no fuera por la nula disposición de Borges a realizar obras largas– en la que su protagonista, un tal Roemerstadt, va recibiendo en su casa constantes visitas de aduladores desconocidos –que pese a todo le resultan extrañamente familiares– que cabalmente juzga de conspiradores, ignorando que todo es «un deliro circular que interminablemente vive y revive (...)».


Suplica a Dios un año para terminar su tragedia. Justo cuando es situado en el patíbulo, frente a los soldados con sus fusiles dispuestos, ocurre algo fascinante.





«La persistencia de la memoria» de Dalí.



«Tres versiones de Judas»:



«(...) Alguien observará que la conclusión precedió sin duda a las "pruebas". ¿Quién se resigna a buscar pruebas de algo no creído por él o cuya prédica no le importa?»

Nils Runeberg, sin dejar de ser profundamente cristiano, es el autor –o no puede evitar ser el autor– de «Kristus och Judas», en el que defiende que el objetivo de Judas Iscariote con su traición era en realidad elevado, y que por lo tanto la tradición e incluso los apóstoles le han malinterpretado con total injusticia. Así pues, su discusión teológica se basa por ejemplo en que «para identificar a un maestro que diariamente predicaba en la sinagoga y que obraba milagros ante concursos de miles de hombres, no se requiere de la traición de un apóstol. Ello, sin embargo, ocurrió». Por tanto, deduce que «la traición de Judas no fue casual; fue un hecho prefijado que tiene su lugar misterioso en la economía de la redención»; y prosigue: «El Verbo, cuando fue hecho carne, pasó de la ubicuidad al espacio, de la eternidad a la historia, de la dicha sin límites a la mutación y la muerte; para corresponder a tal sacrificio, era necesario que un hombre, en representación de todos los hombres, hiciera un sacrificio condigno. Judas Iscariote fue ese hombre». Como la divinidad se había rebajado a la mortandad –y, por tanto, había sido manchada con debilidades que eran indignas de ella–, Judas se rebaja a lo mínimo –un traidor sobornado y suicida–, para reflejar a Jesús (se juega con la recurrente metáfora borgiana de los espejos).


Ante el rechazo total de la escena teológica, Runeberg modifica su interpretación y acepta que poseía oscuridades insalvables. Así pues, ahora, recuerda que los apóstoles fueron elegidos por un Jesucristo «que disponía de los considerables recursos que la Omnipotencia puede ofrecer» y que los apóstoles, por su parte, son todos «elegidos para anunciar el reino de los cielos, para sanar a los enfermos, para limpiar a los leprosos, para resucitar muertos y para echar fuera demonios»; por tanto, un individuo «distinguido así por el Redentor merece de nosotros la mejor interpretación de sus actos». Esto le lleva a razonar que imputar su crimen a la codicia no posee sentido. Runeberg cree que Judas se sacrificó en pos de un ascetismo extremo: «se creyó indigno de ser bueno». Deduce que fue absolutamente humilde ya que «pensó que la felicidad, como bien, es un atributo divino y que no deben usurparlo los hombres».


En la tercera interpretación coge de la primera el hecho de que es una indiscutible contradicción afirmar que alguien sea a la vez hombre y libre de pecado. Runeberg interpreta que Dios se hizo totalmente hombre hasta la infamia y la reprobación, y que pudo, para salvarnos, haber escogido cualquier destino, pero que eligió el más ínfimo: Judas. Los teólogos rechazan nuevamente su teoría, pero Runeberg ve en esto una confirmación; entiende que es la mano de Dios la que veda los ojos del resto, que todavía no ha llegado el momento de la revelación; se siente compungido, atormentado, digno de gran castigo por su terrible descubrimiento.



«El fin»:



«Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música...»

Efímero cuento que, si bien más ligero que muchos de los otros, sigue aludiendo a esas ideas del destino, del enfrentamiento inevitable ("pactado", podríamos decir), de la restauración del equilibrio.


Recabarren, dueño de una pulpería, yace tullido en su cama, mientras un hombre de origen africano toca unas notas con la guitarra. A través de la ventana del cuarto, Recabarren alcanza a ver un jinete que se aproxima al galope primero y luego al trote. Frente a los vivaces acontecimientos externos, Recabarren, como dice Borges en el prólogo, genera un curioso efecto en cuanto a que su «inmovilidad y pasividad sirven de contraste».





«Encuentro» de Escher.


«La secta del Fénix»:



«Lo raro es que el Secreto no se haya perdido hace tiempo; a despecho de las vicisitudes del orbe, a despecho de las guerras y de los éxodos, llega, tremendamente, a todos los fieles. Alguien no ha vacilado en afirmar que ya es instintivo.»

Como ocurre en el anterior caso, el presente cuento es corto y su encanto se basa en otro efecto interesante que juguetea con el lector: el hacer de lo ordinario algo extraordinario.


En él, se exponen los estudios realizados sobre una antiquísima secta conocida como «La secta del Fénix», aunque ellos se llaman a sí mismos como «Gente de la Costumbre» o bien «Gente del Secreto». La componen individuos de todas las culturas y naciones –no se identifican, pues, con bandos ni lenguas–, y de generación en generación van legándose un rito aparentemente sencillo y rápido de acometer, aunque ellos lo suelen ver como una decisión transcendental.


Quiero destacar lo que me ha parecido un claro dardo a Lorca, cuando se dice que «Los gitanos son pintorescos e inspiran a los malos poetas». Creo sonsacar también el siguiente sentido: que el cuento hace también de sátira sobre determinadas costumbres o corrientes culturales, particularmente la religión (el paso de los siglos como máximo argumento de algo que no se adapta; en este caso Borges juega con algo que no posee importancia).





«Ciclo» de Escher.


«El Sur»:



«A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos; Dahlmann había llegado al sanatorio en un coche de plaza y ahora un coche de plaza lo llevaba a la Constitución. (...)»

Cuento que concluye «Ficciones» y por el cual Borges manifestó una clara predilección («De "El Sur", que es acaso mi mejor cuento…») –predilección que no comparto– y que expone una experiencia autobiográfica muy relevante: el accidente en el que se golpeó fuertemente con una ventana, llevándolo al borde de la muerte por septicemia. Al protagonista del cuento, Juan Dahlmann (que también es, como Borges, un ávido lector), le ocurre exactamente lo mismo.


Dahlmann exhibe orgulloso su nacionalidad y sus orígenes familiares. Transcurre un una vida apacible y solitaria, pero «Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones»; sufre el accidente contra la ventana según subía rápido y despistado las escaleras. A partir de ahí sufrirá un despiadado tormento primero en su casa y luego en el hospital.



«(...) en los días y noches que siguieron a la operación pudo entender que apenas había estado, hasta entonces, en un arrabal del infierno. (...) En esos días, Dahlmann minuciosamente se odió; odió su identidad, sus necesidades corporales, su humillación, la barba que le erizaba la cara. Sufrió con estoicismo las curaciones, que eran muy dolorosas, pero cuando el cirujano le dijo que había estado a punto de morir de una septicemia, Dahlmann se echó a llorar, condolido de su destino. (...)»


Curado o no curado («...y era como si a un tiempo fuera dos hombres: el que avanzaba por el día otoñal y por la geografía de la patria, y el otro, encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas servidumbres»), el caso es que Dahlmann sorbe gratamente la esencia de Buenos Aires –en el primer caso– o de su Buenos Aires –segundo caso–. Interesante resaltar una reflexión que se cuelga a raíz del contacto con un gato (lo comentaría el autor en la segunda entrevista del programa «A fondo»):


«(...) y pensó, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel contacto era ilusorio y que estaban como separados por un cristal, porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante.»

Yendo en tren, surge un imprevisto que le lleva a ir andando hasta un almacén para lograr un vehículo, pero aprovecha para comer algo. Ahí es provocado por un trío de borrachos. En primera instancia Dahlmann muestra pasividad, pero parece que todo está dispuesto. En efecto: se enfrenta a su destino, y el destino para Borges es inevitable.


En este cuento, como ya he insinuado, se juega con las dos líneas paralelas que son la realidad y la ficción, la vida y la muerte. Borges se inspira no sólo en un hecho autobiográfico sino en los sueños que tuvo durante su sufrida convalecencia, lo que suma de manera crucial al componente onírico del cuento. Se dejan varias pistas que hacen entrever que la barrera entre los dos mundos es ambigua –podríamos decir equivalente o equidistante–, como cuando el protagonista cree reconocer al patrón del almacén y en realidad lo confunde con uno de los empleados del sanatorio. Se están aunando, en definitiva, los temas predilectos del autor.




Jorge Luis Borges (1899-1986).


Conclusiones:


Sobrios y muy precisos, los cuentos de Borges juegan casi siempre con los siguientes temas: la irrealidad de la realidad, la eternidad, los circuitos infinitos, los laberintos temporales, el lenguaje como supremo arte de los conceptos, el cosmos inescrutable, propuestas argumentales bajo direcciones matemáticas, el destino inevitable del hombre, la indagación sorprendente y sorprendida, oblicuas significaciones, complejísimas utopías, inspiraciones oníricas –instigadas por su grave accidente–, los espejos como metáfora de la libre interpretación de los irónicos y cambiantes juegos existenciales, la leyenda arcaica, lo pasmoso como rutinario y lo rutinario como pasmoso. Hay que repetirlo: no hay nadie como Borges; éste hecho hace que habituarse a su obra se ate casi ineludiblemente a la práctica de su lectura.

Creo suponer bien si digo que muchos lectores hallarán cierta pesadez en los cuentos de Borges, que se alejan obstinadamente de cualquier adorno innecesario, sentimentalismo o exaltación. El autor demuestra una gran inteligencia, erudición y amor por la literatura, pero sus enumeraciones de títulos y autores, sus criterios bajo el estilo de un riguroso académico, su preferencia por los detalles técnicos antes que humanos, pueden hacer de «Ficciones» una lectura lenta y parcialmente insípida; ahora, eso sí, es imposible que deje de ser interesante, sobre todo por el enorme ingenio que encierran sus concentradas piezas.

En base a esa enorme capacidad generativa, en base a ese ingenio único que le caracteriza, he podido leer alabanzas hacia determinadas "profundidades insondables" entre sus líneas. Creo que esos misterios van más a cargo de la subjetividad del lector que de la intencionalidad de Borges, a veces ambiguo adrede, aunque es una valoración muy personal y probablemente yerre.


Los cuentos –analizados uno por uno en el análisis– que más me han interesado son «Las ruinas circulares»; «El jardín de senderos que se bifurcan»; «Tema del traidor y del héroe» y, particularmente, «El milagro secreto». 


Por otro lado, Borges es un individuo modesto y muy cortés –a veces hasta lo exasperante– tanto en su obra –a la vez frío, sin embargo– como en persona, y en éste último estado se ganó mi simpatía (aunque hay algo en él que no me encaja), su sonrisa y humildad contrasta con la solemnidad de estatua de muchos otros autores célebres. Si se quiere un contacto directo con la personalidad de Borges,  recomiendo ver las dos entrevistas que Joaquín Soler Serrano le hace en el programa de finales de los setenta «A fondo»; aquí dejo la primera:





4 comentarios:

  1. Grande, muy grande. Especial, muy especial.

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    1. Tiene usted razón, Olethros, pero he de reconocer que terminé un tanto abatido por su estilo, tan sobrio; a veces parecen más diminutos ensayos que cuentos propiamente, o esa sensación me llevé. Ahora bien: está claro que desborda todo intento de clasificación y que su ingenio es colosal. Tengo pensado en unos meses leer su otro gran libro de cuentos, «El aleph». ¿Cree usted que destaca en algo sobre las presentes «Ficciones»? A ver si esta vez salgo más contento.
      Un saludo y gracias por su aportación.

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    2. Eso que sintió es el estilo de Borges, que juega a que los cuentos parezcan mini ensayos y los mini ensayos, cuentos.

      ¨El aleph¨ me parece más poderoso desde mi subjetividad y además tiene en sus páginas ¨La casa de Asterión¨, un relato que me dejó marcado para siempre.

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    3. Pues me acaba de animar para que lo lea el mes que viene sin más tardanza. En septiembre colgaré la reseña; no se me despistará una letra del que destaca usted: «La casa de Asterión», a ver qué tal.
      Muchas gracias por compartir su criterio al respecto. Un saludo.

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